El teatro puede constituir un punto de partida ideal para hacer una excursión al pasado. Últimamente hemos visto en el teatro mexicano una inclinación por revivir algún periodo histórico a través de la ficción dramática y de la puesta en escena de distintas maneras. Bien sea recreando el pasado tal y como da cuenta de él la historiografía, personificando a los personajes históricos y poniendo atención a que los detalles y todos los elementos de la puesta correspondan a la época que se pretenda representar (desde la escenografía y el vestuario, hasta la forma de hablar de los personajes), tal es el caso de “3 días de Mayo”, ¨Las Touzá”, “La última sesión de Freud”, “Bule Bule” “Los equilibristas” y “Tandas y Tundas”. Ciertamente, algunas de estas obras insertan “paréntesis” para comentar el presente y reflejar las similitudes de las circunstancias políticas y sociales de un tiempo y otro, espejeando las condiciones para dar cuenta acaso, de una historia que parece siempre repetirse.
El teatro histórico sostenido en la recreación corre el riesgo de distanciarse del espectador hasta el grado de parecerle ajeno, acartonado y aburrido, como una de esas malas clases de historia que todos sufrimos alguna vez en el colegio que solo se conformaban con dictar fechas y hechos históricos sin cuidar que el relato pudiera ser emocionante. Así como también contiene la posibilidad de transportar al espectador al pasado y hacerlo sentir realmente en otro tiempo, mientras reflexiona sobre su propia realidad cronotópica. Todo depende del equilibrio que se ponga entre el movimiento escénico, la acción y el discurso.
Existe también otra manera de plantear un tema histórico y es la del relato directo del episodio, sin que se pretenda encarnar necesariamente a los personajes que protagonizaron o participaron del hecho. Con personajes absolutamente inventados, que, sin embargo, por el uso correcto del lenguaje de la época relatada y un conocimiento evidente sobre el tema, pertenezcan al universo de ese pasado inaprehensible. Tal es el caso de “Las Meninas Novohispanas”, un montaje en el puro estilo del cabaret, dirigida por Luis Huitrón. La narración de distintos episodios históricos (tales como la Conquista de México, la vida de Sor Juana Inés de la Cruz, el Segundo Imperio, la Independencia de México, la vida de Porfirio Díaz, la historia de la gastronomía mexicana y, el mito de la Virgen de Guadalupe y la historia de la Navidad, entre muchos otros) por parte de “María Bárbara”, “la tía Cecilia” y “Alma María Ibarguenguer”, tres damas aristócratas resulta una comedia extraordinaria que conecta con el público tanto en lo intelectual como en lo emotivo.
El éxito irrefrenable de esta obra obedece a distintas razones: por una parte las acertadas interpretaciones fársicas de Huitrón y Hugo Serrano que utilizan el recurso del travestismo para potenciar el humor -más que para caricaturizar al género femenino-, por otra parte la interacción que generan con el público (muchos de los espectadores son aficionados al trabajo de las Meninas y procuran dar seguimiento a los “episodios”), tanto como el cuidadoso vestuario a cargo de Mariana Orozco quien ha realizado un minucioso estudio de la indumentaria novohispana para reflejarla en las magníficas piezas que ornamentan los cuerpos de los actores.
Sin lugar a dudas, la pieza fundamental para el éxito de “Las Meninas” como un excelente representante de una de las posibilidades del teatro histórico, es que la dramaturgia a cargo del también historiador Luis Huitrón y Hugo Serrano se sostiene en una investigación profunda de la historiografía, de tal suerte, la base argumental sostiene el discurso intelectual del montaje mientras que su traducción eficaz al lenguaje dramático hace de esta un espectáculo sumamente divertido. Toda obra histórica debería conjuntar ambos elementos: entretenimiento y conocimiento, para convertirse, como la obra de Huitrón y Serrano en un digno representante tanto de la hermenéutica como de la escena.
Aunque este consejo podría parecer una obviedad, lo cierto es que los teatristas mexicanos, que se precian de ser “investigadores escénicos” muchas veces se confían en la investigación bibliográfica que realizan guiados solamente de su intuición y de sus buenas intenciones, pero no llegan a dominar las herramientas de la búsqueda y selección de fuentes, por lo tanto no sería descabellado proponer la presencia de la asistencia en investigación por parte de un especialista en cualquier montaje que pretenda tratar un tema del pasado (aun cuando se trate de un episodio imaginario) además de contar con un equipo creativo capaz de trasformar la información en una pieza dinámica y emocionante. En este sentido, Las Meninas ofrecen una gran lección.