El paso de los años suele ser un proceso doloroso, es por eso que tratar el tema de la vejez por medio de una aproximación hiperrealista agita el alma violentamente hasta llegar a una conmoción tan profunda que deja en el espectador un dejo de amargura mezclado con notas tiernas. Daniel Veronese sabe perfectamente que evadir un tópico no es evitarlo, es por ello que, al contrario de todos nosotros que dejamos de pensar en el envejecimiento de los padres hasta que es momento de vivirlo, le hace frente con la dirección de “El Padre”, obra escrita por el autor francés Florian Zeller, montada en Buenos Aires con la versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino.
Como todo anciano, el personaje de “El padre”, interpretado magistralmente por Pepe Soriano, aparece en un primer tiempo en escena como un cómico involuntario, con una simpatía que se le escapa entre la falta de memoria y los reclamos sin sentido y ese mal humor propio de quien se siente aún capaz de controlarlo todo a pesar de que hace algún tiempo se ha olvidado de sí mismo; ha puesto la cabeza en otro sitio, pero el carácter sigue firme. Este hombre mayor opone una resistencia férrea a todo lo que tenga que ver con cambiar algún aspecto de su vida, a dejarla en manos de su hija que amenaza con mudarse a otro país o con una enfermera de la que desconfía todos los días, porque es una extraña, porque le habla como si fuera un niño pequeño, o peor aún ¡Le dice qué hacer!, la enfermera, además, tiene una obsesión por la hora a la que debe tomarse sus pastillas que lo hace enfurecer.
Los olvidos y confusiones del padre, quien fuera ingeniero toda su vida, pero que asegura haber sido bailarín de tap y mago, se resuelven con un maravilloso juego de espejos que confunde también al espectador, de tal suerte que llega a sentirse dentro de la cabeza del padre. Vemos cómo cambia su vida de a poco. Y cada paso que da hacia su destino va acompañado de una lágrima que no consigue consolar. El espectador, como los hijos podemos hacer poco por la vida de papá y mamá, vemos cómo se marchitan, sabemos que es inevitable, hacemos como que no, como que todo puede mejorar. Sabemos que no.
El padre deja su casa para instalarse en la de una de sus hijas, la única testigo de la decadencia del hombre que una vez le inspiró temor y respeto. La figura ideal de papá se ha desmoronado por completo frente a sus ojos. A lo sumo, ahora inspira un poco de lástima. La presencia de este hombre en su casa, incomoda, representa un desequilibrio en la vida en pareja de ella, este desequilibrio termina resolviéndose con una decisión difícil para todos. Mientras todo esto pasa, el hombre va soltando sus recuerdos hasta que no vuelven más a él.
Esta obra conmueve de veras, adjudico la razón principal del efecto a la espléndida actuación del protagonista, Soriano, en él que toda emoción fluye con naturalidad, aun cuando de un instante a otro se trate de reacciones contrapuestas. Esto no habla más que del dominio de la encarnación de un personaje que es en sí mismo una montaña rusa de humores. No hay un solo instante en que algo en él parezca exagerado o fingido. Ha alcanzado la posición de maestro del teatro y esto lo vuelve inaprensible para ser retratado con justicia por cualquier crítica. Como sea, es importante dejar registro de todos los acontecimientos. Y sin duda, “El padre” es verdaderamente imponente e importante para el circuito comercial de la Argentina.