¿Cuántos personajes caben en un solo actor? ¿Cuántas historias guarda para compartirlas noche a noche con el espectador? Osqui Guzmán, reconocido intérprete, comediante e improvisador argentino responde con “El Bululú” que los personajes como las historias pueden aspirar a la infinitud siempre y cuando se tenga un talento desbordante.
A partir de (por lo menos) el siglo XVI en España era conocido como “bululú” al actor solitario que viajaba a pie de pueblo en pueblo contando fragmentos de las historias que se representaban en el teatro, poemas, canciones, cuentos, etcétera. Este actor se relacionaba con el público de manera directa, sin la distancia que se opone entre el escenario y la platea, en una función se construía un vínculo tan cercano que el actor era fácilmente querido por la comunidad. La noche de ayer, Osqui Guzmán se transformó en uno de ellos para demostrarnos que la esencia de este ritual no ha cambiado en absoluto.
Anoche lo vi encarnar a un alguacil, a una mujer fea, a un enamorado, a un marido anciano y vengativo, a un hablador y muchos otros, mientras nos contaba su propia historia, de cómo siendo hijo de costureros y soñando con convertirse en karateka había terminado sobre un escenario, solo para descubrir aquello que une a la confección con el arte de la interpretación. Y gracias a esta entrañable función, fuimos parte de un verdadero convivio. La gente estaba “cosida” a las historias que Guzmán iba contando, despedían a cada uno de los personajes con un aplauso. Con sus palmas, agradecían el virtuosismo del hombre que era capaz de experimentar múltiples metamorfosis frente a sus ojos.
Guzmán explicita en este montaje la técnica más acabada a la que un actor de máscara puede aspirar, es decir, que domina la construcción de los caracteres de los personajes a los que interpreta mediante el gesto (en primer lugar), la voz y el cuerpo; tras años de práctica y experiencia ha conseguido un admirable cuerpo escénico expresivo, en el que todo personaje fluye, un cuerpo flexible, dúctil, etéreo, elocuente, un cuerpo que cubre todo el escenario, un cuerpo al que solo le basta aparecer para captar la atención de los espectadores para no soltarla un solo momento. Durante la representación me he preguntado si acaso una actuación como la de Guzmán era a lo que García Lorca llamaba “duende”. Y es que hay algo en Osqui que se nos escapa, que es mucho más que su arte y simpatía, algo que no nombro pero que he podido reconocer.
Su “bululú” es también un reconocimiento y reivindicación del folclor andino de sus padres, es una oportunidad para honrar sus raíces bolivianas. Lo cual invita a pensar en las propias, a abrazar lo que uno es para ofrecerlo al mundo. “El bululú” es un unipersonal que viaja sobre todo de boca en boca a través de la recomendación. Era inevitable que me sumara a esta institución porteña y también invitara a mis lectores a ver esta obra fantástica.