Es que estaba muerto. Desde la parte en que deja la pluma en el escritorio, se muere.
Ya ves que era escritor, entonces la pluma significa…
Hacedor de teatro 1
La tela roja representaba el vientre materno, todo era una metáfora de…
Hacedor de teatro 2
El desnudo de los billetes era una alusión al capítulo tres de un libro que…
Hacedor de teatro 3
Muchas veces, lo que en la cabeza del hacedor de teatro tiene una lógica inquebrantable y una poesía justa, a los ojos del espectador resulta ilegible. Encriptan sus signos a tal grado que solamente un hacker de la escena podría llegar a la certeza de que esos dos metros de tul rojo que colgaban en el centro eran la representación de la placenta y que eso, o-bvia-men-te, reforzaba la relación enfermiza entre la madre y su hijo… Con todo respeto: no chinguen. Los que se creen capaces de leer mentes son ustedes, nosotros jamás hemos tenido esa pretensión. Los hacedores pensarán que es flojera, que nosotros debemos ir al teatro con la disposición para desentrañar sus mentes y conectarnos energética, espiritual e
intelectualmente con ellos. Lo suyo es una obra maestra, dirán. Y quizá hasta se les cultive en sus corazones cierta superioridad moral por haber hecho una obra artística que “no cualquiera entiende”. Porque al público hay que darle cosas que lo problematicen, que lo saquen de su zona de confort. Yo sé, porque los he escuchado, que tienen mil y un recursos para que, si el público no le entiende a su obra, ustedes demuestren que es el público el que está mal. Lo cual me recuerda una cita de Artaud, quien en el libro de El teatro y su doble hace una declaración de lo más oportuna para
este caso. Dice así:
“Es una tontería reprochar a la multitud que carezca del sentido de lo sublime si confundimos lo sublime con algunas manifestaciones formales, que por otra parte son siempre manifestaciones muertas. Y si la multitud actual no comprende ya Edipo Rey , por ejemplo, me atreveré a decir que la culpa la tiene Edipo Rey y no la
multitud.”
Reconozco que las “obras maestras” a las que Artaud se refiere no son exactamente las obras encriptadas de las que hablo yo, pero la defensa a la multitud me parece muy bien articulada y pertinente para el punto que quiero demostrar. Además, estoy seguro de que los hacedores que se acerquen al presente libro me creerán más si les suelto dos que tres frases de sus gurús para acompañar mis argumentos. Claro que Artaud no era una blanca palomita, era un hacedor de teatro que también creía ciegamente en sus poderes telepáticos y que, luego de hacer esa defensa tan sensible y necesaria, afirmaba tener la verdad sobre lo que es mejor para el público. Artaud no consideraba la posibilidad de ser él mismo un Edipo Rey ; lo que yo defiendo es que cualquier hacedor puede convertirse en uno y que si su obra no se entiende, quizá la
multitud tampoco tiene la culpa.
Augusto Blanco
Espectador