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Reflexiones

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Cuando el espectador no entiende

por Aplaudir de Pie 16 julio, 2019

Es que estaba muerto. Desde la parte en que deja la pluma en el escritorio, se muere.
Ya ves que era escritor, entonces la pluma significa…
Hacedor de teatro 1
La tela roja representaba el vientre materno, todo era una metáfora de…
Hacedor de teatro 2
El desnudo de los billetes era una alusión al capítulo tres de un libro que…
Hacedor de teatro 3
Muchas veces, lo que en la cabeza del hacedor de teatro tiene una lógica inquebrantable y una poesía justa, a los ojos del espectador resulta ilegible. Encriptan sus signos a tal grado que solamente un hacker de la escena podría llegar a la certeza de que esos dos metros de tul rojo que colgaban en el centro eran la representación de la placenta y que eso, o-bvia-men-te, reforzaba la relación enfermiza entre la madre y su hijo… Con todo respeto: no chinguen. Los que se creen capaces de leer mentes son ustedes, nosotros jamás hemos tenido esa pretensión.  Los hacedores pensarán que es flojera, que nosotros debemos ir al teatro con la disposición para desentrañar sus mentes y conectarnos energética, espiritual e
intelectualmente con ellos. Lo suyo es una obra maestra, dirán. Y quizá hasta se les cultive en sus corazones cierta superioridad moral por haber hecho una obra artística que “no cualquiera entiende”. Porque al público hay que darle cosas que lo problematicen, que lo saquen de su zona de confort. Yo sé, porque los he escuchado, que tienen mil y un recursos para que, si el público no le entiende a su obra, ustedes demuestren que es el público el que está mal. Lo cual me recuerda una cita de Artaud, quien en el libro de El teatro y su doble hace una declaración de lo más oportuna para
este caso. Dice así:

“Es una tontería reprochar a la multitud que carezca del sentido de lo sublime si confundimos lo sublime con algunas manifestaciones formales, que por otra parte son siempre manifestaciones muertas. Y si la multitud actual no comprende ya Edipo Rey , por ejemplo, me atreveré a decir que la culpa la tiene Edipo Rey y no la
multitud.”

Reconozco que las “obras maestras” a las que Artaud se refiere no son exactamente las obras encriptadas de las que hablo yo, pero la defensa a la multitud me parece muy bien articulada y pertinente para el punto que quiero demostrar. Además, estoy seguro de que los hacedores que se acerquen al presente libro me creerán más si les suelto dos que tres frases de sus gurús para acompañar mis argumentos. Claro que Artaud no era una blanca palomita, era un hacedor de teatro que también creía ciegamente en sus poderes telepáticos y que, luego de hacer esa defensa tan sensible y necesaria, afirmaba tener la verdad sobre lo que es mejor para el público. Artaud no consideraba la posibilidad de ser él mismo un Edipo Rey ; lo que yo defiendo es que cualquier hacedor puede convertirse en uno y que si su obra no se entiende, quizá la
multitud tampoco tiene la culpa.

 

Augusto Blanco

Espectador

 

Reflexiones

Pensar en el público

por Zavel Castro 16 julio, 2019

Pensar que una obra es apta para todo público es una noción idealista que les ha servido a algunos creadores para asegurarse de que su obra sea programada en la mayor cantidad de salas posibles y de no restringirse de la posibilidad de atraer a cualquier espectador y espectadora posible, lo importante es vender la cantidad de boletos necesarios para recuperar la inversión de la producción y con muchísima suerte obtener alguna ganancia (especialmente en el teatro independiente). Sin embargo, la idea de una obra “para todo público” revela su falsedad cuando los creadores se encuentran con algún espectador inconforme  con la obra que expresa su opinión públicamente y, como respuesta a su disgusto, le dicen que quizá, si no la obra no le ha gustado es porque “la obra no era para él o para ella”. La réplica tira por la borda la noción del “todo público” porque si esto fuera posible, la obra que al espectador no le gustara si había sido creada para alguien como él y quizás algo habría fallado en la transmisión del mensaje. Probablemente quizás solo se trate de la imposibilidad que tienen algunos creadores de recibir una crítica negativa y que prefieran responsabilizar al espectador de la experiencia, haciéndolo sentir que no estaba preparado para tamaña genialidad o que su lenguaje no había alcanzado el refinamiento necesario para que pudiera comprenderla sensible o intelectualmente. No está de más anotar que tal vez sea tiempo de replantear el esquema de la creación teatral que colocaba al creador por encima del espectador que debía sentirse agradecido por recibir los dones del TEATRO en voz de su mesías (el director, el actor, el dramaturgo). Quizás haya llegado el momento de equiparar la relación y de ver a los espectadores realmente como la pieza fundamental del proceso invirtiendo el mecanismo de gratificación y dejando atrás la costumbre tanto más dictatorial cuanto más pretendidamente cortesana de manipularlo para que se sienta en deuda, pugnaría por el cuestionamiento de frases como “esto lo hacemos por ustedes” y como siempre abogaría también por la necesidad de la autocrítica y del ejercicio de la honestidad.

El ejercicio de honestidad tendría que comenzar precisamente por la concepción de un público específico, eso que otrora era conocido como “el espectador ideal”.  A la distancia identifico al menos tres posibilidades de expectación de una obra de teatro.

El espectador último: Tras hacer un ejercicio profundo de autocrítica los creadores podrían encontrarse con una verdad que no estarían dispuestos a declarar públicamente, especialmente los que acostumbren decir la frase de “esto lo hago por ustedes” refiriéndose al público general, del que desconocen sus rostros, sus nombres y apellidos, su ocupación, el tiempo que tardan para llegar al teatro,  etcétera; el público que yo llamo “real”. La verdad incómoda es esta: hacen teatro para insertarse en la dinámica del sistema, para ganar apoyos, becas y estímulos, para ganar puntos en la institución cultural, apegándose entonces a sus parámetros, poéticas y exigencia (número de funciones, equipo creativo, discurso, temática, salas donde se han presentado, participación en programas),  tratando pues de cumplir con los requisitos que les permitan llegar al grado más alto de la cadena. Lo que menos les interesa es la aprobación del público en el que reparan únicamente tras función cuando sobre el escenario agradecen su asistencia, en cambio buscan la legitimidad en la consecución de metas gubernamentales, se sabe que para un actor no es lo mismo presentarse en un teatro institucional que en cualquier teatro independiente.  Llámese el jurado de beca o de concurso, productor, programador, incluso el presidente al que los teatreros invitan últimamente, siempre hay un espectador último, abstracto, al que imaginan viendo la escena desde arriba, a quien está dirigida una obra, este espectador importa más que los otros por ser un posible beneficiario de acuerdo a sus intereses.

La audiencia legitimadora: En este rubro cabría la crítica especializada que cumple con la función de producir textos que, de acuerdo a la preponderancia de su espectador último,  necesitan los creadores para adjuntar a sus carpetas y enviarlas a las distintas instancias de programación y estímulos, aunque idealmente, estos textos debieran servir para legitimar las creaciones en el medio intelectual, académico y artístico.  También se encuentran los textos de difusión, especialmente las reseñas y las recomendaciones que tienen el objetivo de atraer público a las salas, asegurándose de que la información de la cartelera circule y se visibilice a través de medios de comunicación masivos.  Siendo sinceras, la mayoría de las veces importa muy poco el contenido de los textos especializados o de difusión, sino simplemente que existan y que en la medida de lo posible que sean de un medio de circulación nacional y tiraje considerable.

Los espectadores no autorizados: En México, estamos supeditados a una jerarquización tan evidente que se ha hecho innecesario siquiera reparar en ella. No es que invalide al espectador último, mucho menos a la audiencia legitimadora ni a los creadores que le conceden importancia central, sino que habría que explicitarlo cuantas veces bastaran para desgastar la falacia de que una obra se hace para “el público general”, que en este esquema figuraría como beneficiario remoto, que importa para llenar las butacas y cuando recomiendan las obras públicamente para que sean retuiteables y así den cuenta de que se trata de una obra imperdible (estamos tan llenos de clichés).  Desmentir que una obra es para todo público ayudaría a dejar de pensar en él como una masa amorfa, enigmática, abstracta, flexible o lo que es peor, moldeable y gradualmente haría que la idea de que una obra puede o no ser para alguien específico fuera posible y honesta. Algo podría aprenderse de la segmentación que parte del conocimiento de las particularidades de expectación de determinados grupos, si es que realmente interesara llegar al espectador real.

 

Imaginemos un mundo en el que el espectador último es el espectador otrora no autorizado ¿Cómo cambiarían las poéticas? ¿Serían más o menos entretenidas? ¿Más o menos didácticas? ¿Más o menos largas? ¿Cuáles serían sus temas? Evidentemente esta reflexión abre debate y debe continuar a partir de una toma de consciencia: ¿quién es realmente el espectador ideal de las obras que montan?

 

Reflexiones

La crítica social “desde mi trinchera”*

por Aplaudir de Pie 17 junio, 2019

 ya no puedo pelear en esta guerra solamente metido en un hoyo en la tierra 

 

En México es común escuchar a lxs artistxs decir la frase: “Yo lucho desde mi trinchera”, esta expresión de naturaleza bélica, ha servido durante mucho tiempo para explicar que si bien no se exige de manera “directa” el cambio social, el trabajo escénico que se realiza es lo suficientemente poderoso para incidir en las problemáticas sociales que nos aquejan. De esta forma, cada unx pelea en esta guerra desde su lugar en la tierra ¿Pero qué tan real es esta frase? ¿El trabajo escénico que realizamos es lo suficientemente fuerte para modificar estructuras sociales? ¿Es mi monólogo sobre mi experiencia desde la homosexualidad capaz de modificar una estructura tan clara como la del capitalismo? Yo creo que no, no quiero con eso menospreciar mi trabajo y el de mis compañeres cabareteres y performers, por supuesto que el arte y las expresiones culturales aportan en alguna medida a la construcción de un pensamiento colectivo, y aportan a la discusión social ¿Pero qué tanto?

De acuerdo a la Encuesta Nacional de hábitos, prácticas y consumo culturales en México, una encuesta poco común pero que nos da una mapa de las problemáticas culturales de este país y que fue realizada en 2010 por el desaparecido Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), nuestra institución cultural durante 27 años, en la Ciudad de México sólo el 2% de la población asiste de manera regular al teatro y en contraste el 58.38% nunca ha asistido al teatro en su vida. Si el crecimiento poblacional de la Ciudad de México continua en la misma línea que los últimos 30 años, para el 2020 vivirán en la capital del país 9 millones de personas; y si somos optimistas -y la gráfica de la encuesta de CONACULTA se mantiene proporcionalmente luego de una década- esto querría decir que todos los espacios escénicos de esta ciudad, desde los más grandes hasta los pequeños, con todas sus propuestas, comerciales, culturales o de disidencia, sólo abarcamos aproximadamente 180 mil personas, yo sé que 180 mil personas parece mucho pues al ser México el décimo país más poblado mundo, 180 mil personas es la mitad de la población total de Islandia; pero en contraste inmediato, en esta ciudad habría aproximadamente cinco millones doscientos cincuenta y cuatro mil habitantes que nunca han visto teatro. Si, como dice Jesusa Rodríguez, nuestro proyecto a corto plazo es salvar al mundo. ¿Qué tanto incidimos realmente para lograrlo? ¿Qué tanto cambio podremos lograr? ¿El cambio será lo suficientemente veloz? ¿Cómo seguimos entonces? ¿Qué rutas tomamos? ¿Cómo podemos trabajar desde la cultura para cambiar la realidad social cuando el gobierno de nuestro país se ha encargado de que la población (que necesita de la cultura) no tenga tiempo, interés o acceso al arte? ¿Cómo puedo hablarle de resistencia civil organizada a alguien que necesita completar hoy una jornada laboral de 10 o 12 horas y poder así asegurar su alimento para el día de mañana?

Esta participación no busca desalentar a nadie, por el contrario, se trata de afrontar la realidad, mi realidad, de reconocer que el trabajo escénico, que me encanta, me apasiona, y en el que transmito mi mensaje de una manera lúdica y divertida, no es suficiente, ya no es suficiente. No es suficiente si de verdad mi meta es crear un impacto social que pueda ver. No hay que olvidar que mientras nosotres trabajamos criticando y buscando construir políticas culturales y sociales, que en general representen un bienestar social, hay toda una maquinaria en contra que busca callar nuestro discurso. Esto, lo sabemos, no es una expresión. El avance frontal y cínico de la derecha extremista en America Latina, lidereada por personajes como Bolsonaro en Brasil, pero seguida muy de cerca por Macri en Argentina, Ortega en Nicaragua, Moreno en Ecuador, Piñeira en Chile, Hernández en Honduras, Abdo Benítez en Paraguay, Duque en Colombia, la clara intervención estadounidense con Guaidó en Venezuela, el propio Donald Trump en la Casa Blanca y aquí en casa vivimos con un presidente que si bien parece ser la excepción, quien ha sido muy cuidadoso y ha tenido mucha asesoría de activistas y agentes políticos diversos, es un personaje que sigue insistiendo en la necesidad de llevar a consulta pública “las libertades”, ese término que tanto le gusta usar para referirse a los derechos humanos, y que recorta el presupuesto a la cultura, con el pretexto de que en un gobierno como el suyo, donde desde luego que no existe la corrupción, el dinero “rendirá” más. Un personaje que insiste en que “las libertades”, hablando específicamente del aborto, del matrimonio igualitario, entre otros, no se imponen, se conquistan y que hoy por hoy prefiere ser dueño de sus silencios que el mártir de sus palabras.

Esta realidad de la región y particularmente en mi país, me obliga a reflexionar sobre la urgencia de no sólo ser un agente cultural, la urgencia de salir de “mi trinchera”. En un país como el mío, con la realidad social y política, y el contexto en el que me encuentro, entiendo como un privilegio poder hacer cabaret. Con todo y las deficiencias, la falta de un pago digno, el precariedad laboral, el poco o nulo interés de las autoridades culturales por defender, apoyar o difundir el género en el país, los pocos espacios para desarrollar el género, la persecución de discurso, la censura, la lucha de egos, la falta de unidad, las cúpulas de poder, el racismo, el clasismo, la homofobia, la lesbofobia dentro y fuera de la comunidad cabaretera, con todo eso y más, sigo considerando que en mi país hacer cabaret es un privilegio.

Yo que he sido privilegiado con la posibilidad de hacer arte, de dedicarme a la creación escénica, que he podido dedicarle una semana entera a este encuentro, que tengo el privilegio de tener el tiempo, las herramientas y la información para analizar mi contexto social, histórico y político -y a partir de ello realizar una crítica-, no puedo, ni debo, quedarme sólo en el privilegio y “la comodidad” del escenario.

En México el cabaret no ha sido ajeno a esta realidad, gente como Jesusa Rodríguez, quien recientemente ha incursionado en la política como Senadora y quien ha llevado una visión crítica a un puesto de esta relevancia; Las Reinas Chulas quienes han trabajado desde su Asociación Civil buscando no sólo que el género cabaretero se posicione como un referente cultural en esta ciudad, sino también que el cabaret sea una herramienta para poder llevar temas como feminismo, empoderamiento sexual, visibilidad lésbica, entre otres, a comunidades apartadas y/o vulnerables de la ciudad y del país; el trabajo de Yanet Miranda y las HHH quienes se han abocado al trabajo directo con mujeres en reclusión de la Ciudad de México, dando herramientas artísticas y de equidad de género a uno de los grupos más vulnerables del país y del mundo, o el trabajo de César Enríquez quien aquí en México ha sido duramente criticado en muchos espacios por abordar el tema de la transexualidad, sin identificarse él como una persona trans, pero quien ha trabajado por dar visibilidad a las comunidades trans en todas las funciones que realiza de la Prietty Gouman, entre otrxs.

Pero ¿Por dónde empiezo? ¿Cómo puedo formarme en políticas culturales y derecho humanistas? ¿De dónde saco las herramientas para entender la legalidad que rodea las problemáticas que señalo desde la escena?. Desafortunadamente aún no hay un libro titulado “Los 20 pasos para convertirse en artista y activista mexicanx”. Y mientras no lo haya, hay que hacer lo que se puede con lo que se tiene. De primera instancia puedo ver -como ya señalé- el trabajo de Jesusa Rodríguez, de mis maestras Las Reinas Chulas, y de mis compañeras y amigas Yanet Miranda y Ana Beatriz Martínez; y poco a poco empezar a replicar las acciones que ellas han emprendido para poder desarrollarse también en el activismo.

Entiendo la necesidad de la coordinación conjunta con la sociedad civil organizada, las ONG’s, la creación de redes de colaboración que van más allá de lo escénico, que me den una actividad y responsabilidad distinta a la que actualmente tengo.

Ojo, no quiero con esto sacar mi activistómetro y pretender que se puede medir quién es más o menos activista, simplemente quisiera señalar la necesidad de salir de un espacio que, si bien es de lucha, podría resultar un espacio muy cómodo en un país con aproximadamente 9 millones de personas en pobreza extrema. 9 millones, la misma cantidad de población que se estima tendrá la Ciudad de México para 2020. Es aquí, en estos análisis comparativos a groso modo, cómo puedo comenzar a dimensionar el tamaño del problema al que me enfrento, y la necesidad de replantearme mi posición en las luchas que he decidido abanderar.

 

Gracias a mi trabajo con La Mafia Cabaret he podido estar en contacto con organizaciones que atienden las problemáticas de las que hemos hablado, o hablaremos, en nuestros espectáculos, no sólo para pedir asesoría si no para participar activamente de las necesidades que afrontan dichas problemáticas.

 

A través de nuestro trabajo con El Desierto de Las Leonas, pudimos tener contacto con Golondrinas Viajeras, un colectivo de mujeres en el desierto de Sonora, quienes se dedican a la asistencia y defensoría de migrantes en el desierto, estas mujeres le dieron un nuevo sentido a nuestro espectáculo, si bien nosotras éramos capaces de comprender la lucha que nuestros personajes emprendían al iniciar una travesía en mitad del desierto cargando un baúl con archivos de casos de mujeres asesinadas y con un destino específico pero sin una ruta concreta, al encontrarnos con estas mujeres que realizan esta lucha en la vida real y literalmente en el desierto entendimos la verdadera profundidad de lo que hablábamos arriba del escenario, ellas al ver nuestro trabajo se vieron reflejadas, conmovidas y agradecidas y pudimos crear un lazo de entendimiento mutuo cimentado en nuestra búsqueda propia y, en ese momento ni ellas ni nosotras, nos sentimos solas.

Para la creación de nuestro siguiente espectáculo programado para estrenarse en octubre de este año hemos buscado la colaboración y asesoría de La Casa Mandarina, una asociación dedicada a erradicar la violencia sexual y doméstica, la problemática del abuso sexual infantil es una de las realidades más arraigadas en el país. México, de acuerdo a la OCDE, ocupa el primer lugar en casos de abuso sexual infantil; aquí unx de cada tres niñxs son abusades sexualmente, en el 90% de los casos por algún familiar. Cada año 4.5 millones de niñxs mexicanxs se suman a la cifra de abuso sexual, este país está conformado en un tercio por sobrevivientes de abuso sexual infantil.

Finalmente, para la creación de mi siguiente espectáculo titulado “La Nana Pancha, te hará ver tu suerte” he comenzado a trabajar con “Huella Negra” y “México Negro” dos asociaciones que se dedican a la visibilización de las comunidades afrodescendientes y afromexicanas en el país y que luchan constantemente por combatir el racismo en México. Un tema particularmente pertinente en un país que tuvo un gobierno que gestó la desaparición de la afrodescendencia del inconsciente colectivo y que buscó deliberadamente promover la leyenda del mestizaje homogenizador, creencia arraigada que persiste hasta la fecha y que nos habla de una raza nueva nacida de la mezcla de españoles e indígenas, una “raza de bronce” a la que todxs pertenecemos y que desde luego no contempla en ninguna medida la afrodescendencia. Hay en este país quien todavía se atreve a decir: “Aquí no hay racismo, porque no hay negros”.

En estos tres temas que he mencionado brevemente encuentro una problemática sistémica grave y urgente, en todas veo una realidad que me toca y me atraviesa. La necesidad de abordar el activismo desde el activismo mismo y no sólo a través de lo escénico; aporta a la construcción de mi postura crítica arriba del escenario. Y ahora no concibo una realidad en la que yo pueda comprender parcial o totalmente la problemática de los temas que abordo desde la escena, sin sentir la necesidad imperante de salirme de mi trinchera y pelear estas batallas de frente.

 

 

Pako Reyes / @Pako_Reyes

Cabaretera y gestor cultural

 

*Texto presentado en el grupo de trabajo «Métodos de cabaret al revés, el 12 de junio de 2019 en el marco del XI Encuentro Hemispherico  «El mundo al revés: humor, ruido y performance» realizado por el Hemispheric Institute of Performance and Politics de la Universidad de Nueva York 

Reflexiones

Teatro líquido

por Zavel Castro 22 mayo, 2019

“La idea de un estado fijo, inmóvil, final, permanente nos parece tan extraña y absurda como la imagen de un viento que no sopla, un río que no fluye, una lluvia que no cae… En la vida feliz de la posmodernidad cada uno de sus momentos dura solo un rato hasta que llegue el próximo; y ningún umbral debería quedar cerrado una vez cruzado” (Bauman 20).

Tomando a Bauman como guía, podría pensarse que el espectador posmoderno sentiría una atracción fatal hacia el teatro. En Arte líquido, caracteriza al consumidor/ espectador moderno como alguien cuya fascinación por lo pasajero, lo obliga a emprender una búsqueda incesante de sensaciones. El rechazo a la satisfacción permanente de su deseo,  unido a su naturaleza inestable, podría hacernos considerar a las artes vivas como un objeto de consumo irresistible para las audiencias actuales.  El carácter efímero, volátil  e irremediablemente incapturable de las artes escénicas, que son, a decir de Dubatti, expresión y corepoización de la pérdida en su sentido más radical,  representaciones de la  “vida que se escapa” (Dubati 200), propondrían, quizás, al teatro a la danza y a la performance como formas de entretenimiento idóneas para el espectador del siglo XXI. Sabemos que no es así.

Sabemos que las salas no están llenas y que la mayoría de la gente no está ávida por las novedades en las carteleras ¿Qué ha fallado? Si supuestamente el teatro actual está incentivado por la experimentación creativa y por la necesidad de producir sensaciones ¿A qué se debe el interés traducido en butacas vacías? No es que comparta la utopía de ver todos los teatros llenos, sino una mayor: espectadores que encuentren su lugar en el teatro, un teatro que los interpele, en el que se reconozcan, uno que sea capaz de maravillarlo profundamente no porque no lo entienda, sino porque lo comprende aún sin poder explicarlo, no un teatro inteligible, sino un teatro vivo. Un teatro hecho a la medida de su expectación líquida.

Reflexionemos un poco más sobre el estado de las cosas con la esperanza de situar la fractura. Sobre la obra de arte ideal de la posmodernidad Bauman nos dice lo siguiente: “Para llegar a ser un objeto de deseo, convertirse en una fuente de sensaciones, poder tener, en otras palabras, relevancia para los que viven en la posmoderna sociedad de consumidores, el fenómeno del arte debe manifestarse ahora como acontecimiento” (21). ¡Pero cómo! Si el espectador moderno busca acontecimientos y teatro es acontecimiento ¡¿por qué no se agotan las entradas?!

Retomo la definición que Dubatti hace del teatro como acontecimiento para tratar de entender: “el teatro es un ente complejo que se define como acontecimiento, un ente que se constituye históricamente en el acontecer; el teatro es algo que pasa… producido en la esfera de lo humano pero que lo trasciende; un ente sensible y conceptual, temporal, espacial, histórico” (31). El teatro como acontecimiento tiene todas las características propias de lo líquido-moderno, de acuerdo a Bauman: carácter efímero, un desesperado afán por llamar la atención, construcción y destrucción, un tiempo sin destino final, excepcionalidad y trascendencia, siendo así, el consumidor/espectador posmoderno que Bauman llama “coleccionista de sensaciones” tendría que sucumbir a su encanto, sin embargo, el sociólogo profundiza en el comportamiento del coleccionista diciendo que ” se siente: “atraído por el cambio y el movimiento, busca objetos que se ajusten a sí misma que sean como ella, siempre cambiantes, camaleónicos (22).  ¿Radicará aquí la “falla” del teatro que tenemos? ¿Será que no es realmente cambiante? ¿Seguimos haciendo, viendo y pensando el teatro de la misma manera?  ¿Y si no es realmente líquido sino más bien un objeto artístico de aspecto cadavérico, recuperación de fórmulas petrificadas cuya pretendida potencia es en realidad agotamiento? ¿O será que en realidad la forma de hacer teatro, la idea de lo que es el teatro son las que no han cambiado?

Pensando concretamente en México ¿dónde tendríamos que ubicar la solidez que nos impide escurrirnos? ¿En el rígido modelo de creación impuesto institucionalmente? ¿En el inflexible y retrógrado sistema educativo de las escuelas de teatro que imponen un solo tipo de quehacer sobre el escenario, un quehacer sin regulación pedagógica y sostenido en mitos y prejuicios?

Si para ser llamativo un objeto artístico tiene que ser un ensayo público de prescindibilidad (hasta acá no he soltado la mano de Bauman) y si al consumidor líquido lo que le apasiona es el desprendimiento, el cambio  y la sustitución ¿No será que la solidez que nos agobia radica en la estabilidad de los nombres que vemos en cartelera? Siempre los mismos ¿Son los únicos? ¿Son realmente los mejores?  El espectador pudiera haberse hartado de la repetición, de la saturación, de ese más de lo mismo, en las temáticas, en las incontables adaptaciones de las mismas obras, en los estilos de dramaturgia que se imponen – no como moda porque las modas pasan- sino como amenazas de canon,  en los gestos que se han normalizado hasta desgastarse como signos y manifestarse como ocurrencias, en los elementos escenográficos que están lejos de innovar (pensemos en los libros apilados y en las sillas de madera) y tantos aspectos que permanecen inmóviles, que son fijos por respeto a la tradición o por falta de rebeldía. Estancados, estáticos, sólidos:  “…somos todos unos líquido modernos y para nosotros…. el que todo sea para siempre igual, no es un ideal, es una pesadilla (Bauman 47).

 

 

 

 

 

Obras citadas

Bauman, Zygmunt. Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre. Tusquets Editores
México, 2018.

Dubatti, Jorge. El teatro de los muertos. Filosofía del teatro y epistemología de las ciencias del teatro. México, libros de Godot, 2014.

 

 

Reflexiones

La expansión del fenómeno del plagio en el ámbito teatral mexicano

por Zavel Castro 2 mayo, 2019

Si hay un problema urgente que resolver en la comunidad teatral mexicana es el asunto del plagio.  Acción y efecto de plagiar. Palabra que proviene del latín plagium que significa “secuestro”.[1] La OFI (Office of Research Integrity of the U.S Department of Health and Human Services)  lo define como la apropiación de las ideas, procesos, resultados o palabras de otra persona sin dar el crédito correspondiente. También se atribuye su origen a la palabra griega plágios, que significa trapacero o trapacista, el que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto.[2]  Por su parte, el Diccionario de la Real Academia Española define “plagiar” como copiar en lo sustancial obras, ideas, pensamientos o juicios ajenos, dándolos como propios.[3]

La práctica se ha normalizado a tal grado que la complicidad entre quienes realizan dicho acto ilícito e inmoral y quienes los protegen ha producido una serie de pretextos y justificaciones tan inconmensurables como falibles, puesto que los argumentos en los que descansa su defensa o bien son demasiado simples o recurren al tono burlón para desacreditar a quienes señalamos constantemente la falta. Más de una vez se nos ha hecho el chiste de que “los griegos ya presentaban espectáculos frente a un público”, siguiendo esta analogía  –ríen-, todos los teatreros serían plagiadores, secuestradores del trabajo intelectual y artístico ajeno, generalmente de grandes creadores.

Afortunadamente reducir el problema al absurdo al exagerarlo no lo minimiza ni lo elimina como quisieran, tan solo demuestra lo lejos que están dispuestos a llegar para no hacerse responsables de lo que están provocando: teatralidades ilícitas, a cargo de creadores (en este caso esta palabra es un exceso) sin ética. Malas copias despojadas de todo rastro aurático, pastiches descontextualizados sin carga simbólica, ocurrencias insustanciales supuestamente inclasificables, “teatro de búsqueda de youtube” como refiere alguno de los responsables con descaro.

Todo tiene un límite y es momento de ponerlo. Y como con seguridad yo aún no represento una figura de autoridad, recurriré a las palabras de Alejandro Miranda Montecinos, abogado, doctor en derecho, profesor de Filosofía del Derecho, magíster en Investigación Jurídica de la Universidad de los Andes. A continuación reseñaré agregando algunos comentarios, su ensayo intitulado Plagio y ética de la Investigación Científica,[4] texto que revisamos en la Maestría en Investigación Teatral del CITRU en una cátedra sobre Derechos de autor a cargo de Arturo Díaz y Claudia Jasso. Evidentemente Miranda Montecinos se limita a tratar el tema del plagio en el ámbito de la investigación, pero fácilmente podemos trasladar sus postulados a la comunidad que nos corresponde sobre todo porque el teatro mexicano ha abusado a tal grado de esta práctica que es imposible disimularlo. Es un secreto a voces.

Si bien Miranda Montecinos reconoce que el plagio es una práctica presente en gran parte de la historia de la humanidad y que se trata de uno de los problemas éticos más frecuentes en la comunidad científica (y agrego, en la comunidad teatral). Esto no disminuye la gravedad del problema en la actualidad, mucho menos cuando como sociedad hemos reconocido desde hace mucho tiempo el principio de autoría y cuando actualmente dicho reconocimiento pertenece al ámbito legal por lo que cualquier falta correspondería un delito. De ahí que lo considere un problema especialmente apremiante.

No cabe duda que el acceso a internet y la posibilidad de obtener grandes cantidades de información ha sido beneficioso para la investigación, pero también es cierto que en muchos casos es perjudicial para el ámbito artístico, especialmente en quienes esconden su metodología de copy-paste tras los subtítulos de “inspiraciones” “versiones” o  “adaptaciones”. Convengamos: por más que se trate de un nuevo hábito, por más que todos nuestros conocidos lo hagan, por más que sea una nueva norma, por más que esté de moda,  el copy paste es plagio y el plagio es ilícito. Lo repetiré tantas veces sean necesarias. Quizá los teatreros que ya se han acostumbrado a plagiar obvien esta información y sigan esparciendo el chistesito de los griegos, pero decirlo hasta el cansancio quizá prevenga a las generaciones venideras y debiliten la admiración de quienes consideran sus maestros al saber que su prestigio descansa en una práctica que deberíamos mirar con malos ojos.

Miranda Montecinos atribuye el aumento de la práctica del plagio al incremento de las exigencias laborales de los investigadores. Si reparamos en la cantidad de estrenos que tenemos anualmente en las carteleras mexicanas, acaso llegaríamos fácilmente a la misma conclusión. Muchos teatreros se sienten obligados a montar varios trabajos en el menor tiempo posible y eso les lleva, al igual que a los investigadores a reproducir pensamientos ajenos sin otorgar los créditos correspondientes.

Alguna vez  un escenógrafo me dijo que es normal que los creadores estén permeados de las ideas creativas de sus maestros. Lo concedo, no descarto que la asimilación del aprendizaje conlleve una aprehensión profunda e inconsciente, a esto se le conoce como “error honesto” o bien como “excepción de insignificancia”. La cuestión es que en el ámbito teatral mexicano tanto el plagio como la ocultación de los referentes son hechas a propósito, es decir, con intención fraudulenta. Seguir negándolo o intentar justificarlo podría delatar complicidad.

Hay que tener cuidado con este tema. Debemos saber que la creación y respeto de los códigos de ética es tan importante como la identificación de las malas conductas. Es preciso evidenciar estas últimas con el fin de erradicarlas. A menos que resulte conveniente obviarlas, porque es más cómodo tomar los logros de alguien más y hacerlos pasar como propios que emprender búsquedas auténticas que implicarían demasiados fracasos antes de llegar a un éxito. Somos una generación cómoda. Es normal que se prefiera la gratificación inmediata pero también es una lástima.

El dolo y la desvergüenza de los teatreros plagiadores también descansa en que no hay una figura legal (aún) que castigue el plagio en el ámbito teatral, sin embargo, siguiendo a Miranda Montecinos sabemos que no es necesario que una conducta sea susceptible de ser castigada en el orden de la ley civil o penal para que pueda considerarse como una conducta ilícita. Si quisiéramos podríamos pensar en sanciones disciplinarias para desintoxicar al teatro mexicano, pero algunos no quieren. No les conviene. El primer paso es aceptarlo. Tampoco es necesario, nos dice Montecinos y me parece importante anotarlo, que el plagiario transcriba textualmente la obra ajena para que se considere plagio. El resumen y la paráfrasis (las versiones inspiradas en…) también pueden recibir con justicia el nombre.  Así como tampoco exime de ser plagio que el autor o la referencia se mencionen o que el plagiario actúe con consentimiento del plagiado.

¡Parecería que hay tantas formas de plagiar que es casi imposible evitarlo! ¿Y si vencemos por una vez la pereza y por lo menos lo intentamos? Retomo las palabras del autor cuyas ideas guían este escrito que: “quizá podría pensarse que no faltan razones para reivindicar el plagio y defenderlo ante sus impugnadores. Cabría argumentar, por ejemplo que si el conocimiento y la ciencia  (y agrego, el arte teatral) son un patrimonio común de todos los hombres (y agrego, de todas las mujeres), nadie puede oponerse a que ese conocimiento y esa ciencia se difundan tan libre y gratuitamente como sea posible.”[5]

¡Claro que todos somos libres de invocar cualquier idea de otro! Pero ¿De verdad es mucho pedir que se incorpore una cita, que se explicite la referencia de la autoría ajena? ¿Tan malo es aceptar que una idea no es nuestra? ¿Tan poco respeto tienen a los autores, aunque por otro lado los reconozcan como sus grandes maestros para pasar por encima de los frutos de sus esfuerzos? ¿De verdad creen que las ideas originales no contienen un sello imborrable de la personalidad de los creadores y que nadie se daría cuenta de la burla y de la ofensa que representa plagiar? No solo ofenden a los creadores, sino al resto de la comunidad de la que dicen ser familia, a los investigadores, críticos y a sus espectadores a quienes pretenden verles la cara de estúpidos.  Por mi parte me doy cuenta y estoy en contra. Concluyo sembrando estas dudas aunque con toda seguridad seguiré con este asunto durante mucho tiempo. Quizás en una siguiente entrega ahonde sobre los motivos por los cuales esta práctica es perjudicial.

 

 

Obra citada:

Matas Montecinos, Alejandro. Plagio y ética de la investigación científica. Revista Chilena de Derecho, vol. 40, Número 2, pp. 711-726, 2013.

 

[1] Oxford Latin Dictionary, 1968, “plagium”. Tomo la referencia del ensayo de Alejandro Miranda Montecinos.

[2] Corominas, Joan, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, Gredos, 1973. Tomo la referencia del ensayo de Alejandro Miranda Montecinos.

[3] Diccionario de la Real Academia Española, Madrid, Espasa, 2001. Tomo la referencia del ensayo de Alejandro Miranda Montecinos.

[4] Matas Montecinos, Alejandro. Plagio y ética de la investigación científica. Revista Chilena de Derecho, vol. 40, Número 2, pp. 711-726, 2013.

[5] Miranda Montecinos, Óp. Cit. pág. 717 los paréntesis y lo contenido en ellos es mío.

Reflexiones

¿Cómo hacer esta comedia de Cervantes sin morirnos de la hueva?

por Aplaudir de Pie 16 abril, 2019

Proceso de construcción de La casa de los celos, o ¿quién la tiene más grande? (la gallardía)

 

¿Cómo hacer que este texto tan desigual e incomprensible sea entretenido e importante? Fue la primera pregunta que tuve que responderme al estar metida en el proceso de construcción del espectáculo –después de haber aceptado sin fijarme bien en lo que estaba haciendo. Bien lo decía mi madre, hay que fijarse dónde se mete una, pero estaba metida en el Cervantino y ese es siempre un gran lugar para estar.

La elección de La casa de los celos fue mas porque me gustó el título que por otra cosa. Las comedias las había leído en la carrera de actuación y recordaba que tenían una estructura no tan lograda. Con los años una aprende que no todo lo que hacen los clásicos es obra maestra y que hay que perderles el miedo y aprovechando que están muertos, faltarles al respeto lo más posible. A la hora de elegir pude revisar los textos por encimita y me lancé como el borras porque los celos es uno de los temas centrales de la violencia de género y yo me dije: ¡es mi tema!

En la primera lectura nos dimos cuenta de que la obra no hablaba de los celos si no de la envidia –que no es lo mismo- y que no entendíamos nada ni nos emocionaba la historia, sobre todo porque no estaba del todo estructurada. Lo que sí nos emocionaba era el lenguaje, por hermoso y retador y algunos de los personajes como Marfisa, (heroína feminista casi perfecta) Reinaldos y Roldán (mirreyes dignos de gabinete presidencial). En cuanto encontramos esta triada, el cabaret estaba dado. Ya teníamos a la heroína que encarnaría nuestro discurso y al par de idiotas que servirían para ridiculizar el machismo. Ante este triángulo sólo nos faltaba la manzana de la discordia, es decir, el personaje de Angélica, que si bien juega como objeto del deseo en el original, no se desarrolla del todo. Por ello decidimos darle un desarrollo clásico de dama joven que enfrenta los obstáculos y los vence pero no para encontrar el amor si no para encontrarse a sí misma. En términos esquemáticos decidimos hacer una combinación de princesa con guerrera.

Una vez que desarrollamos la estructura de la historia que queríamos contar, nos dispusimos a elegir los textos que mas nos convinieran para contarla y los acomodamos con bastante flexibilidad. Es decir, hay textos que dice Marfisa que se los pusimos a Angélica y así con el resto de los personajes. Lo importante era tener la mayor parte de textos escritos por Cervantes, aunque la estructura y el acomodo de los mismos no fueran las originales. Una vez hecho esto, nos dispusimos a escribir los puentes que hacían falta para unificar el texto. En algunos metimos diálogos francamente cabareteros y en otros de plano nos lanzamos a la escritura culta.

Una vez que teníamos un texto con sentido y estructura, limpiamos las cosas que nos hacían falta en términos de discurso. Era muy importante para todo el equipo narrar la historia de una heroína cuyo máximo en la vida no fuera el amor. Era muy importante contar la historia de la violencia de género de manera gozosa, divertida y con un final feliz, esperanzador. Era muy importante decir: ¡No le hace que sea Cervantes, no importa que sea Shakespeare, las narrativas son machinas y hay que cuestionarlas!

El cabaret tiene sus ciclos. Hay tiempos y contextos en los que puedes tener un espectáculo con un humor francamente ácido y de plano lanzarte a una sátira que te arroja a la desesperanza. Pero hay tiempos en los que la desesperanza es tanta y el panorama tan oscuro, que no se puede tener en el escenario sólo el grito desgarrado de la risa, hay que dar lugar a imaginar otros mundos posibles. Hay que dar lugar a la esperanza, una esperanza razonada, porque el cabaret es bufonesco y nada ligero, pero esperanza al fin y al cabo. Así son estos tiempos. No sé explicar cómo lo sé, pero lo sé.

Para que nuestro espectáculo generara esta emoción del triunfo de la justicia –esperanza- en el espectador, cuidamos mucho el factor del entretenimiento por medio de tres elementos:

 

1)      Inventamos a los personajes populares (afanadora y afanador) que inician y cierran la historia y con buen humor nos plantean la existencia del demonio de los celos. Estos personajes populares son arquetipos cabareteros de mucha nobleza que generan inmediata empatía con el espectador.

2)      Colocamos cinco escenas de combate escénico que fueran realizadas de la mejor manera posible pero con elementos no necesariamente muy glamorosos, como puede ser un par de escobas. La idea era, por un lado, la espectacularidad propia de un combate escénico y por otro, el acento cómico.

3)      Exageramos los vicios de carácter de los dos caballeros convirtiéndolos en dos machos arquetípicos que se autodestruyen por su propia estupidez.

 

El penúltimo elemento que metimos fue el video. Para mí era muy importante, porque La Mafia, al ser una de las compañías jóvenes más representativas de la siguiente generación de cabaret, ha logrado desarrollar su propio lenguaje y buena parte de él está en la imagen. Es parte de su sello. El video no solo sirvió a manera de enlace si no que marca un código que nos distancia generacionalmente y que resulta muy importante resaltar, reconocer y fomentar.

Y ya por último, la música. La música es mi elemento favorito, probablemente por eso soy cabaretera, porque sin música no hay cabaret. Elegí la música sefaradí para el ambiente general y tres de las cuatro piezas que se cantan en el espectáculo por varias razones. Por un lado, la llegada de Trump y la inminente expulsión de los latinos, me recordó la expulsión de los judíos de la España católica. Siempre nos preguntaremos que le hubiera pasado a España –y a Occidente- sin este episodio que reventó la riqueza cultural de toda una región. El catolicismo que siguió de ahí, que fue el que vio nacer a Cervantes y el que invadió América Latina y marcó una cultura y una comprensión de la moral que permea hasta nuestros días. La violencia de género es una de las consecuencias más palpables de esa moral y el cuerpo de las mujeres receptáculo de la furia de fondo de esa moral. La música sefaradí siempre me ha parecido el lamento que pregona un error garrafal que deviene en genocidio, como la llegada de Trump.

Por otro lado, en términos técnicos, al ser una música tan melancólica, establece un buen contrapunto para darle profundidad al drama.

Con todos estos elementos y arduo trabajo, quedó un cuentito entrañable, gracioso y justo que nos hace muy felices contar.

La casa de los celos, o ¿quién la tiene más grande? (la gallardía) fue un trabajo en colectivo entre la Mafia Cabaret y su servilleta. Es importante resaltarlo porque la horizontalidad en la intergeneracionalidad es parte fundamental de la construcción de otras maneras de hacer arte.

Fue un placer.
Ana Francis Mor

Reflexiones

Mi hijo solo camina un poco más lento. Una carta de Guillermo Cacace

por Aplaudir de Pie 11 marzo, 2019

Lo mejor sería que todo fuese un desliz…

Desliz: error leve no intencionado causado generalmente por falta de reflexión o de cuidado.

Que la obra de Ivor Martinić, Mi hijo solo camina un poco más lento -con excelente traducción de Nikolina Zizek. es un hallazgo de esos con os que muchos directores podemos ser beneficiados no está en discusión. No está en discusión que Martinić es un joven y gran dramaturgo cuya exquisitez en las preguntas es motor de una dramaturgia atípica en su sencillez, creatividad de operaciones en la escritura y profundidad en un mismo movimiento.

Lo cierto es que la obra existía al menos dos años antes desde que la puesta argentina que firmo la pusiera en boca de todo el mundo. Literalmente “de todo el mundo” y fue después de este hecho que empezó a ponerse -con mayor demanda- en otras latitudes. Destacar este mérito en la propagación del material puede parecer un acto de soberbia, sin embargo, es algo que escapa a nuestro propio control: así fue.

Aún se hace desde hace 6 años. Primero en un horario único para Buenos Aires (sábados y domingos a las 11.30 de la mañana y 14hs). Ahora los lunes a la noche y aún se llena, aún está viva en el cuerpo de un grupo de maravillosos actores. Viajó a Chile dos veces, también dos veces a Uruguay, una a Brasil, a Venezuela, a Costa Rica, a Tarragona y a Barcelona. Nos sigue invitando a muchos festivales en los que se enteran de nuestra labor… En fin, somos felices haciéndola.

La repercusión de la obra en Buenos Aires la puse al alcance de muchos elencos. Curiosamente la mayoría en idioma español. “Curiosamente” o “consecuentemente” con el país latino donde alcanzara tanto eco.

Lo que se me hace complejo de entender no es que la magistral pieza croata quiera ser montada, pues esta es la historia de todas las grandes piezas de la literatura dramática. Lo complejo es que las otras puestas convoquen muchos de los mismos elementos cuyas características hacen a la singularidad de nuestro montaje. Debilitando así la posibilidad de despliegues subjetivos que multiplicarían la diversidad y sentidos. El arte se fortalece en dichos despliegues situados… Hamlet será hecho por miles de directores hasta que la humanidad desaparezca y es la heterogeneidad de las miradas su mayor fortuna. No es exactamente lo que sucede con Mi hijo… en algunos casos. Elementos en común con varias puestas, a saber: los actores esperando su turno de actuación a los costados del escenario, la invención de un personaje a cargo de las didascalias o las didascalias puestas en escena con algún otro recurso, la no recreación de los ambientes realistas donde se emplaza la acción en el texto escrito, el ritmo de desarrollo para algunos personajes… entre otras cuestiones menos evidentes. Hasta en algunos casos la sinopsis de la obra toma textos literales de la reflexión de un poeta argentino. Y hasta nuestro afiche de promoción ha sido imitado.

La comprensión de este “tema” pone en juego difíciles aristas de afirmar con contundencia. No obstante, y sin herir las buenas intenciones de quienes puedan haber obrado de tal manera, es lícita la pregunta: ¿Se quiere recrear la indiscutible belleza de la pieza de Martinić o se quiere recrear el “suceso” obtenido por un grupo en particular, en una ciudad en particular? Todas las opciones serían válidas… el punto es la transparencia en las argumentaciones de por qué se pone esta obra en escena. O el punto es simplemente la honestidad y que luego cada quien haga lo que quiera. Pasa que exponer motivaciones de modo franco no es un ejercicio contemporáneo en algunos sectores.

Cuando en Argentina se ha mencionado a la obra como un “fenómeno artístico inusual” o como “un fenómeno de crítica y público” siempre hemos tratado de corrernos de tal calificación. Ya que “un fenómeno” podría ser un hecho fortuito. Algo del azar que atraviesa cada producción, pero tal condición no puede dar opacidad a la cantidad de años de trabajo que a veces emergen a través de una obra específica cuando se dan las condiciones. Este es nuestro caso: se llega al lenguaje actoral y de puesta para Mi hijo… luego de años de sedimentación de unos cuantos procedimientos en los que comulgamos con un colectivo de artistas. Colectivo abierto a quienes se han ido subiendo y bajando según necesidades personales o artísticas pero colectivo de investigación al fin. Tal vez ese es nuestro íntimo pequeño orgullo. Este factor no es transferible a otras puestas, solo las formas son identificables. Pero las formas sin aquello que las habita son meras formas y como tales no garantizan -en la mayoría de los casos- ser relevadas por otros creadores en su valor de base, en su fundamento inasible. Tal vez una ardua pesquisa en nuestra puesta habilitaría un celebrable principio de apropiación… Ya hace tiempo no es un problema “la copia” en el arte. El problema es poder profundizar las siguientes preguntas: ¿Existe la originalidad, existe lo nuevo, existe la autoría? Muchos de estos conceptos existen de forma jurídica y sólo para la defensa de la propiedad privada al modo capitalista… Entonces el problema no es parecernos, querer parecernos o que nos salgan cosas parecidas… El problema es no declarar los verdaderos móviles, el problema es decir “yo no vi la puesta argentina” cuando uno sabe fehacientemente que ese director o algunos de sus actores estuvo en nuestra platea. A cómo dé lugar celebramos que el precioso texto de Martinić siga viajando por el mundo en cualquiera de sus realizaciones… Claro que también celebraríamos otro diálogo entre quienes hacemos esta pieza, otra honestidad… tal vez hasta para asombrarnos de nuestros parecidos inconscientes. ¿No?

La obra tematiza -entre otras cuestiones- la diferencia. Sería una dura contradicción omitir esa riqueza al momento de hacerla. La obra tematiza algo del orden de la discapacidad o la relatividad de los límites -también entre otros temas- y nunca hemos especulado con ello… mucho menos en los procesos de comunicación con el público. No es sencillo correrse del golpe bajo, de que dar lástima sea una estrategia para convocar… Ni en flyers o afiches para la prensa hemos querido eso. Sólo se filtró, muy a pesar nuestro, alguna foto de la obra mostrando la silla de ruedas. Estas y otras consideraciones formulan una ética en el hacer.

Puede que lo que esté faltando sea una cordial o apasionada discusión ética. Nunca una batalla ya que nadie alcanza el grado de opositor que podrían alcanzar quienes convierten obras en mercancías.

Lejos de un ataque estas palabras intentan seguir abriendo preguntas. Ojalá puedan ser bien recibidas por la comunidad de pares.

 

Guillermo Cacace

Director de

Mi hijo solo camina un poco más lento

(Versión argentina)

Reflexiones

All I want for Christmas is Crítica Teatral

por Aplaudir de Pie 9 diciembre, 2018

Para este fin del 2018 han ocurrido una serie de eventos que van a definir mucho la entrada al tan esperado 2020, ¡El Futuro!

Dentro de esos acontecimientos no entra lo que narraré a continuación: estaba un día en Twitter cuando me encontré con un tweet de Los Metro que hablaba sobre como los Dora Awards (los premios teatrales de Toronto) habían eliminado el binarismo actor y actriz de sus categorías sustituyendola por una sola categoría de mejor actuación y preguntaron la opinión de lxs seguidores. Sorpresivamente (not) todas las respuestas estaban en desacuerdo, algunas haciendo “chistes“ sobre el lenguaje inclusivo, otras diciendo que las feministas hacen berrinche de todo, otres que estaban cansadxs de esta “moda“, bla, bla, bla. En fin, nada nuevo. Luego me encontré el tweet de Aplaudir de pie hablando sobre la versión de Veronese de las “Tres Hermanas“ donde cambiaba el sexo de las protagonistas, diciendo que le parece una casualidad sospechosa que se estrena la obra de “Manada“ en México con la misma propuesta, lo que llevó a una discusión muy acalorada en dicha plataforma de muchas personas ofendidas con que se fuera crítico de una propuesta teatral que han llamado el “éxito teatral“ con los “monstruos del teatro“, cabe señalar que uno de esos tweets de Aplaudir de pie señaló los casos anteriores en que la teatralidad mexicana ha copiado a la argentina con descaro, tweet que no tuvo respuesta, pero bueno no venimos aquí para ser chismosas porque no me gusta el chisme.

Pero esto me puso a reflexionar sobre la falta de autocrítica que tiene el teatro mexicano, sobre como somos autocomplacientes con el teatro que está en nuestras carteleras y hasta lo defendemos a capa y espada de algún cuestionamiento crítico que se geste en nuestro medio, obvio uno que no se supe a aplaudirnos entre nosotrxs. Claramente no hay nada nuevo bajo el sol, pero si debemos revisar el caso de las numerosas veces donde la teatralidad mexicana ha copiado a las extranjeras sin miedo a repercusión alguna, no nada más por el hecho de pensar si copiar está bien o mal (en el sentido católico binarista) si no por la falta de personalidad propia que eso le da a la teatralidad mexicana.

Por otro lado, me parece muy curioso salir a defender una propuesta que decide cambiar el sexo de las protagonistas de una obra clásica, pero nos parece shockeante eliminar el binarismo actor/actriz de unos premios, casi como si la propuesta implicara cambiar el nombre de nuestro país. ¿A qué exactamente le tenemos tanto miedo? ¿Qué perdemos al eliminar esas dos categorías? ¿Por qué una persona que se identifica como mujer, no puede competir por un premio actoral con una persona que se identifica como hombre, si la misma categoría de premiación actoral es subjetiva? ¿Será que en el fondo nos de miedo que la seguridad del teatro como lo conocemos desaparezca?

Pero lo más grave de todo es que sin ese cuestionamiento estamos condenadxs a repetirnos hasta la extinción, a ver las mismas obras de los mismos creadores (y aquí no uso el lenguaje inclusivo porque siempre son hombres los que dominan las carteleras) que hacen el mismo montaje una y otra vez, la misma fórmula, el mismo elenco de «monstruos», el mismo vestuario, la misma escenografía, etcétera. Y entonces ¿Quién se está encargando de hacer que nuestro medio teatral evolucione hacia el 2020? deberían ser las nuevas generaciones, pero estamos muy ocupadxs esperando que nos llame el mismo director para hacer la misma obra, con los mismos monstruos, etcétera. Y no me mal entiendan, no demerito el talento o el trabajo de nadie, esta reflexión no tiene que ver con lo buena o mala, o magnífica de la propuesta, obra, montaje, creador o creadora, tiene que ver con la falta de evolución de una comunidad.

Creo que en el teatro cabe todo y obviamente no todo el teatro debe ser innovador, a veces solo se quiere ganar dinero con la misma fórmula: el mejor ejemplo es el remontaje de Los Miserables pero sin mi Ernesto D´alessio. Pero hay una razón por la que le va tan mal a ese musical y es que el público obtiene cada vez más esos cambios que tanto desea de otros lados, es que el mundo a nuestro alrededor evoluciona y no queremos ir al teatro a ver el mundo de hace cinco años. No es que se quiera quitar las categorías binaria de mejor actor y mejor actriz por “modernas“  es que es obsoleta en un mundo donde habemos teatrerxs que no cabemos en esas categorías. Cabe mencionar que hasta los montajes del Globo en Inglaterra, montajes de las obras de Shakespeare (léase este nombre con la grandilocuencia que merece), ahora se castean sin género haciendo elencos multiculturales, multigenéricos, un ejemplo del mundo en el que vivimos (y sin la propuesta «tan innovadora» de cambiar el sexo a los personajes).

Si indagamos bien en la comunidad teatral mexicana, la que le ocupa a todas las personas en nuestro país que hace teatro (y sí, eso incluye a Fred Roldán) podremos ver las propuestas que nos pueden dar un nuevo camino hacia nuevas teatralidades, no para endiosarlas, si no para jugar con ellas, para moldear la historia de nuestra comunidad, voltear a ver hacia los estados, voltear a  ver hacia la gente que no vive del teatro pero lo hace porque algo se les mueve, voltear a ver hacia los sistemas penitenciarios donde el teatro les deja ser libres, voltear a ver hacia los show de travestis, voltear a ver hacia las comunidades que el escenario les deja contar sus historias y solo así, tal vez dejar de preocuparnos por las carteleras similares de los teatros de nuestra bella ciudad.

En serio, pensémoslo, antes de desechar la crítica (la crítica especializada, no la de “yo lo pude haber hecho mejor“) escuchemos qué nos está cuestionando, a dónde nos puede llevar esa pregunta y en dónde podemos evolucionar, hasta lo podemos ver desde un punto científico si no nos queremos ver “jóvenes y divertidxs“ Porque estamos en un punto donde debemos renovarnos o morir.

Les dejo los siguientes puntos a pensar:

¿Por qué es que la mayoría del teatro comercial mexicano está tomando textos extranjeros contemporáneos para montar?

¿Cómo es que hay toda una generación de jóvenes que ya no quiere ir al teatro?

¿Cuántas veces hemos ido a ver una obra que sentimos que está repetida?

Si tuvieras que describir al teatro mexicano contemporáneo, ¿cómo le llamarías a la vanguardia 2015-2020?

Mariano Ruiz Actora y Cabaretera

Mariano Ruiz
Actora y Cabaretera

 

Reflexiones

Desafío Titanic

por Aplaudir de Pie 13 noviembre, 2018

Cuánto tiempo estamos dispuestos a invertir sentados en la oscuridad? Lo más común es que las obras duren una o dos horas, ese es un tiempo razonable para el cual está preparado el corazón de cualquier espectador. ¿Pero qué sucede con las obras que están fuera de ese margen? Las que duran dos horas y media, por ejemplo, ya significan una inversión de tiempo extraordinaria a pesar de que solamente superan por treinta minutos el espectro de la normalidad. Esos treinta minutos, sin embargo, nos obligan a tomar aire antes de entrar a la sala. Una obra de tres horas significa una reelaboración completa en la rutina del espectador. Hay que conseguir quién le dé de cenar a los gatos, quién duerma a los niños, comer bien, tomar café y llevar un dulce en el bolsillo por si las dudas, además de que se hace indispensable entrar al baño entre la primera y la segunda llamada y mentalizarse para que no vuelvan a llegar las ganas hasta el intermedio (o hasta el final, si es de esas obras que encima de largas, son posesivas). Es una cantidad de tiempo importante porque en tres horas se pueden hacer muchas cosas: ir de la Ciudad de México a Querétaro, preparar alrededor de cincuenta paquetes de palomitas en el microondas, o la clásica: ver Titanic .

Lo deseable es que ir al teatro a ver una obra de 180 minutos resulte más gratificante que llorar por Leonardo DiCaprio, viajar a provincia o hacerse de una cantidad obscena de palomitas. Pero no siempre se puede. Si de por sí las obras de 60 minutos corren el riesgo de salir mal (así como corre el riesgo cualquier cosa que hagamos los humanos, que nadie se ofenda), parece que triplicando esa cifra se triplican también las probabilidades de que aquello sea un desastre. O quizá es una ilusión derivada de la inversión de tiempo, donde esta puede ser directamente proporcional al pesar y al desasosiego. Porque hay que reconocerlo: una mala obra de una hora no nos quita nada, pero una mala obra de tres nos arruina la vida. Nos lleva meses recuperar ese tiempo perdido. Es una ilusión injusta, si se quiere, pero una ilusión que existe.

¿Qué necesita una obra para merecer una duración de tres horas? Por lo general estaremos frente a una historia basada en la anécdota, con personajes de amplias trayectorias y conflictos intrincados que requieren largos planteamientos y largos desarrollos. Y esto nos lleva a la aparente certeza de que una obra de estas características por fuerza fue escrita en un siglo diferente al nuestro. Esto no quiere decir que los dramaturgos contemporáneos no están interesados en obras de tan largo aliento, pero si bien no son duraciones extintas, sí son tan difíciles de ver como las vaquitas marinas. En este sentido, es probable que el gran enemigo de las obras con duración de un Titanic sea el mito de que en esta era tecnológica tan propensa a la inmediatez, es un despropósito pedirle a los cerebros de homo sapiens que se concentren una octava parte de su día en una misma cosa. Y es que dicen que ya no aguantamos nada; por eso la ola de obras de 15 minutos, que cuando surgieron parecían ser la solución obvia y la salvación del teatro, pero que con el paso del tiempo se volvieron una opción más en la cartelera.

No se trata solamente de una cuestión de tiempo. Me atrevo a decir que lo que necesita una obra para durar tres horas es lo mismo que otra necesita para durar 15 minutos. Una mezcla de historia, contenido, actuaciones, lógica, frescura, ritmo, emoción, sorpresa, seducción… Algo de todo eso nos hechiza y estamos dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias con esa realidad que se nos presenta y que por mucho que se parezca a la nuestra, no lo es. Seguramente los hacedores de teatro estudian eso hasta el cansancio y podrán darle nombres más sofisticados a mi burda enumeración. Lo que sí sé, porque se nota, es que lograr ese “algo” no es tan fácil y tampoco todos pueden lograrlo en la misma medida, ni han de pretenderlo. Ese “algo” se parece mucho a la magia y encontrarlo en una obra no significa que al reproducir sus trucos se obtenga el mismo resultado.

Cada obra saca su magia de mangas diferentes. Pero antes de seguir por este camino de pensamiento esotérico y llegar a la conclusión de que todo éxito teatral depende de la relación entre la Luna y Urano, quiero abordar un asunto recurrente en las obras de tres horas.  Lo llamo «Teatro Enciclopédico»

 

 

Augusto Blanco

 

Reflexiones

Teatro Online en HD.

por Aplaudir de Pie 6 octubre, 2018

En la serie norteamericana Malcom in the middle, en algún capítulo perdido en Youtube, Dewey amedrenta a su padre con la sentencia: “El futuro es hoy, oíste viejo.” Bravata de un niño de doce contra un adulto de cincuenta años, la amenaza se convierte, se convirtió, desde hace un tiempo en la cruda realidad. El fenómeno que nos rebasó como medio colectivo de representación, es para variar, el internet. Está vez no sus contenidos bastos e inmediatos, sino nuestros propios contenidos, obras teatrales y performativas, con la posibilidad de ser vistas en servicio de pago por evento por renta de vídeo en plataformas virtuales.

Teatrix.com

Este es el meollo del asunto. Desde la plataforma de videos bajo demanda Claro Video, nosotros como usuarios podemos rentar por 48 horas, o bien comprar el derecho de ver siempre, la versión grabada de obras de teatro argentinas como La omisión de la familia Coleman, por Claudio Tocalchir y Timbre 4, o bien Pieza plástica del alemán Mayenburg con dirección de Cáceres, o al fin y al cabo, las obras teatrales, en este caso todas de Argentina, que bajo la sección Cultural de Claro están clasificadas. Cuando el azar del domingo en la tarde me mostró el futuro que había llegado hace un tiempo no pude menos que espantarme. Una reacción natural ante lo desconocido y amenazante que la opción de ver teatro en casa representa en mi mente para el sector en sí.

El miedo para mí es en primera instancia por la asistencia directa en las salas de teatro, que ahora deben de competir no sólo con otras obras, no sólo con otros medios, sino con sus propias obras en estas plataformas. El teatro y la escena puede tener un millar de definiciones que han cambiado a lo largo de la historia, pero siempre han tenido un punto de toque en el común denominador de la representación ante a otros, el contacto entre espectador y el interprete en el teatro, en un espacio físico determinado. Esta frontera de representación / expectación ha variado de forma y arquitectura según el tiempo y necesidad, del aforo y escenario en colinas de la mítica Grecia, los asientos, balcones y tablados del Siglo de Oro y el Isabelino, sin olvidar las representaciones de “a pie”, para actores y público, con los cómicos de la legua, intervenciones a espacios y lugares no teatrales, como el carpet show, en la humildad de una alfombra o como afirman los merolicos en los parques, “detrás de la raya”, u Orghast de Peter Brook en la ruinas de Persépolis en Irán. Inmensidad de formas y estilos unidas por el pacto tácito que implica ese ver y ser visto entre el actor y su público.

Justo es la ruptura de este pacto, al anular vía pago por evento la expectación de la escena en el lugar físico del teatro, lo que fiel a las canas que surgen de mi cráneo, me dio por pensar en el apocalipsis del teatro y en el fin de la escena. Es una única razón la causa de mi miedo. El impacto directo en la asistencia en las salas y como la posibilidad de no salir de casa, puede aniquilar la relación con el teatro tal como la hemos vivido, proyectando primero salas vacías para después tener foros clausurados por un público cada vez más renuente de salir de casa en una nueva forma de hábitos de consumo dirigida a la satisfacción en domicilio.

El espectador como el rey de la escena

Luego el segundo impuso me llevó a rastrear a la productora de estas obras videadas para, como buen inquisidor, tener el nombre de la bruja para llevar a la hoguera. Entonces me encontré con una imagen más completa del panorama. Teatrix, el cual es el nombre de esta iniciativa, transmite a través de su página, con la opción de suscripción al usuario, distintas obras teatrales, monólogos, teatro clásico, musicales, teatro contemporáneo, no solo de Argentina sino también de otros países como Brasil y espectáculos de Broadway de EUA, que desde agosto de 2016, rompe los paradigmas de la escena con el espectador, que como el rey Luis XIV, puede mandar que ver, a que hora, pausar la obra para ir al baño, o si lo desea, abortar la representación para hacer otra cosa. El espectador tiene ahora un modo de ejecución respecto al teatro igual que el que ha tenido desde hace 20 años con el cine y la televisión, lo cual lejos de espantar debería reconfortar. Al igual que el poder de aquel rey de Francia, el teatro puede beneficiarse como con Racine y Moliere, ya que es imposible pensar en la calidad de sus obras, como de la permanencia en el registro textual a través del tiempo, como en una primera ejecución de las obras de esos genios creativos para un público, aunque sea el Rey y su corte, sin una relación entre la producción y el artista, como marcó el modelo de la corona francesa, y como puede cambiar si el modelo de Teatrix se insertara en nuestro contexto.

Alternativa de difusión

Esta opción digital, creada y pensada para la Argentina, debe motivarnos a romper paradigmas y a establecer nuevos modos de relación con el espectador, coronarlo desde su casa y apostar que esta nueva opción da más posibilidades a la escena y a sus creadores. Si el público decide no ir a la sala teatral físicamente para ver una obra desde su casa, finalmente habrá ganado un espectador más a su cuenta y el que habrá perdido uno será el cine y la televisión. Además, con la posibilidad de ver obras fuera de cartelera, de otros años, como nos pasa con el teatro entrañable que vemos en versiones fílmicas o a deshoras por canales culturales.

El tamaño del teatro

Es el futuro que nos alcanzó desde hace un tiempo, ni hablar de la app para móviles con el mismo concepto de Teatrix para ver teatro desde el celular, y aceptar las nuevas posibilidades planteadas por la tecnología antes de ser desplazados por ellas mismas. Por desgracia, para nuestro contexto inmediato, el cambio de paradigmas no es tan lejano como suponía al iniciar estas líneas. No es mi intención en este momento cuestionar sobre la definición de teatro y escena y su relación directa o no con el espectador. Es introducir un tema digno a la discusión y análisis de distintos puntos de vistas, ya que, además las implicaciones teóricas que lo forman, la inserción de esta plataforma en México es muy cercana.

Justo hace unos días, Mirta Romay, fundadora de esta plataforma, visitó México en el marco del Foro NextTV México, donde participó como ponente y relatora de la experiencia en Argentina de Teatrix, por lo que se puede vislumbrar que esta opción será palpable para México. Quedan, y dejó sin responder las dudas que ahora me agobian más. ¿Qué productores teatrales levantarán sus obras para este formato? ¿Sólo será una opción para teatro comercial o el teatro independiente entrará al juego? ¿Qué pasaría si destinan presupuesto del estado para proyectar una función de teatro en vez de pagar una función? ¿Se podrán rescatar obras para un nuevo registro de montajes escénicos? ¿Qué porcentaje de espectadores teatrales dejarán las salas y foros para verlo en casa? ¿Cuántos espectadores cautivos podrá rescatar esta plataforma? ¿Cuál es el tamaño y proporción del teatro? ¿Cómo se relacionarán espectador y creador?

Me despido sonriendo, pues mis preguntas y miedos pronto serán contestadas por el pasar natural del tiempo, ¿estaremos preparados?, después de todo, el futuro es hoy.

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Anthar Santos-Dramaturgo / @antharsantos 

 

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