La risa es uno de los mejores aglutinantes sociales; casi nada como ella consigue la comunión entre los espectadores en una sala de teatro. A través de la risa las personas se unen, se sienten parte de una comunidad que los conoce y los abraza, porque se identifican con los mismos referentes, porque cuando alguien se ríe de lo mismo que uno, momentáneamente deja de ser un extraño. La risa es siempre grupal, incentiva la sensación de intimidad, la proximidad con el otro -sensación que se intensifica por cierto en los recintos pequeños (de no más de 150 espectadores)-; nos sentimos alegres en compañía, aspecto todavía más preciado en un mundo en el que el aislamiento, la soledad, el individualismo y el egoísmo, se han convertido en las principales características del hombre posmoderno. De ahí que nos complazca la mayoría de las veces asistir a una representación basada en la comicidad.
Hace algunos días, hemos tenido ocasión de asistir a Cultus Interruptus, espectáculo de la compañía “Ensamblerías”. La obra es dirigida por Roam León, escrita por él mismo junto a Mauricio Durán y protagonizada por Mauricio Durán, Vinicio Marquina y Leonardo Luna, quienes combinan la técnica del clown con piezas musicales de considerable exigencia en su dominio. Más que una exhibición de sus innegables talentos cómico-musicales, la puesta resulta ser un convivio excepcional por la capacidad de los integrantes de jugar con el público sin necesidad de ridiculizarlo, exponer sus “defectos” para hacerse chistosos, una estrategia demasiado burda y cada vez más frecuente en los espectáculos cuyo supuesto propósito es la risa.
Mauricio, Vinicio y Leonardo conquistan al público mediante el desarrollo de sus habilidades y los constantes guiños que tienen hacia los espectadores, guiños que se comprenden como una atención especial hacia ellos y que incluso se agradecen. Incluso en unas escenas donde se requiere la presencia en el escenario de un espectador, se consigue que este se sienta cómodo y acceda a jugar con ellos en lo que se requiera. El espectador no opone resistencia, ya que ha sido invitado a participar como si se tratara de salir con un amigo; no hace falta insistir demasiado para que diga que sí, pues quiere unirse voluntariamente a las escenas que representan de manera constante la desobediencia hacia la autoridad (religiosa en principio, aunque va más allá de eso).
El espectador, atraído por el desorden, quiere jugar con sus nuevos amigos, quiere hacer reír a los demás junto con ellos, busca unirse al espíritu distraído que anima todas sus acciones, torpeza generadora de carcajadas. Simpatía natural de los protagonistas. Aunque el título evidencia la intención de la mofa sexual, la verdad es que nos encontramos pocas veces con este recurso vulgar. Ni groserías, ni sexo. Comedia limpia. Risa catártica.