La ópera prima en materia de dirección de Pilar Cerecedo merece nuestras mejores atenciones, no sólo por la dificultad del salto que implica cambiar de posición (de ser quien ejecuta la acción a ser quien la dirige), sino por lo airosa que ha salido de esta complicada transición de rol. Cerecedo ha conseguido ofrecer una obra dinámica, familiar, fresca y recomendable para todo público.
Evidentemente el contar con actores de la talla de Romina Coccio (de quien siempre alabaremos su natural disposición a la comedia) Miguel Conde ha facilitado la tarea; el equipo en conjunto[1] ha conseguido crear varios personajes perfectamente dibujados, con caracteres propios, hechos a la medida de cada uno de ellos y en funcionamiento a cada situación.
La coherencia de la obra se consigue no solo por el buen seguimiento de la narración que en ningún punto resulta confusa, sino también gracias al visible trabajo que hubo bajo el escenario en el que los actores y la directora establecieron los rasgos, voces y actitudes específicas que tendrían Coccio y Conde en cada momento. En este punto es necesario aclarar que si bien la obra se desarrolla únicamente con dos actores en escena, cada uno interpreta una variedad de personajes femeninos y masculinos según sea el caso, que responden de manera exclusiva a cada una de las escenas (15 microdramas, quince situaciones de quince parejas distintas) por medio de las cuales se desarrolla sutilmente, entre líneas un discurso sobre el amor y la supervivencia de las relaciones de pareja.
En la obra escrita por Alberto Castillo, “la maleta” que aparece en escena casi como un personaje más, se resignifica dependiendo de la situación cobrando así un significado esencial y convirtiéndose en pieza central del montaje. ¿Qué puede llevarse uno en la maleta? ¿La primera mirada de amor? ¿El recuerdo de una tarde maravillosa? Este elemento protagoniza los momentos esenciales de toda relación amorosa: cuando dos extraños se conocen por coincidencia y deciden enamorarse uno del otro, cuando una pareja sale por primera vez junta de viaje, cuando las cosas funcionan, cuando la relación avanza y comienza a soportarse por comodidad y en el penoso momento del desencuentro, una vez que las cosas terminan, cuando nos resulta difícil intentar creer en alguien más, incluso en el amor mismo, cuando pedimos otra oportunidad y se nos rechaza, etcétera.
Como hemos dicho, tras el juego con los elementos (la maleta y el vestido de Coccio que se transforma en blusa, pashmina y lo que se quiera) se encuentra un discurso esperanzador que toma la vida como un camino infinito en el que no se puede hacer más que avanzar, siempre un paso más adelante, siempre más allá. La maleta sirve para guardar cosas, para llevar aquellos objetos que nos serán útiles en nuestro caminar. “En la maleta se guarda la mejor versión de uno mismo”, se toma lo más favorecedor y se deja lo que no corresponde al ideal que nos hemos hecho de quienes queremos ser y parecer. En una maleta se depositan los secretos, pero sobre todo siempre es necesario vaciarla antes de volver a empezar (de ahí que la elección de la valija resulte tan importante para la vida de cualquiera). Todo fracaso es un aprendizaje. La vida sigue y con ella nuestro equipaje, especialmente la carga emocional. El mensaje de la obra es pues, que al igual que Cerecedo con esta primera puesta –a la que esperamos le continúen bastantes- saldremos triunfantes.
Notas
[1] Cerecedo comentó con nosotros la dicha que significa contar con actores participativos en la creación escénica, que no sólo acaten sino que también propongan.