En un mundo donde todo tipo de información está al alcance de la mano sigue habiendo un enorme porcentaje de ignorancia, y es que, como dicen “lo urgente no deja tiempo para lo importante” y, con mayor frecuencia, se busca saber más sobre las frívolas temáticas que se ponen de moda y menos sobre los aspectos que realmente deberían preocupar a la sociedad actual. Uno de estos aspectos refiere a las enfermedades de transmisión sexual de las cuales la mayoría de la gente ha oído e incluso puede enunciar algunos nombres, pero que en el fondo desconoce por creer que no corre peligro. Todavía hoy se piensa que el contagio solo ocurre a unos cuantos, a los que “se portan mal”, a los que desarrollan parafílias vergonzosas, a los que desafían las leyes de dios y de los hombres, los “anormales”, los “otros”.
Esos “otros” han sido siempre excluidos, obligados a vivir en secreto por no ser y no actuar como la gente normal. Todo esto, por supuesto, es absolutamente un disparate, pero los más han tomado como cierta la necesidad de exclusión de los grupos que consideran dañinos para la sociedad. Los métodos de discriminación soportados en prejuicios transmitidos de generación a generación estigmatizan a las personas cuestionando su condición de seres humanos, se les mira y trata como extraños, como monstruos, como enfermos y demonios. Ningún grupo ha resentido tanto como los homosexuales el señalamiento de ignominia[1], más aún una vez que en la década de los ochenta en los Estados Unidos se desató una ola de pánico social que vinculaba a este grupo con una misteriosa enfermedad incurable que parecía propagarse como pandemia. Estamos hablando del virus del VIH y de la enfermedad del SIDA.
“Un corazón normal”, escrita por Larry Kramer y dirigida para la versión mexicana por Ricardo Ramírez Carnero es un montaje imprescindible para la escena actual porque refleja con exactitud -o cuando menos coincide con muchísimas fuentes que explican la situación de la sociedad homosexual en Norteamérica[2]– la realidad sufrida por las primeras víctimas del virus de inmunodeficiencia humana (VIH) durante la etapa más cruel de su desarrollo, esto es la aparición de los primeros brotes y la muerte masiva y aparentemente repentina de los primeros enfermos.
Consideramos afortunada y enfáticamente pertinente el montaje en el que participan Hernán Mendoza, Pilar Boliver (de quien celebramos la escena del monólogo, arte y estilo que domina -cuando supuestamente se enfrenta al médico examinador-), Juan Ríos, Axel Ricco, Pedro Mira, Aldo Gallardo, Carlo Guerra y Juan Ugarte. Así como Horacio Villalobos y Miguel Conde quienes han merecido mención aparte por su ángel y dominio escénico, por la química que consiguen con el espectador y porque su participación retiene la atención y marca el ritmo de la obra que, de no ser por ellos, por el estilo de la dramaturgia formulada evidentemente bajo la fórmula norteamericana (que no suene esto a reproche sino a explicación), correría el peligro de volverse aleccionadora y a momentos forzada en cuanto a ilación narrativa[3].
La importancia principal del montaje estriba pues, en el tratamiento del SIDA, su evolución cronológica en los Estados Unidos, los prejuicios que la han acompañado desde entonces y su lenta incorporación a la agenda política que no prestó atención a las demandas de la comunidad homosexual que exigía mayores fondos para la investigación de la enfermedad, sino hasta que se comprobó que los síntomas y contagio no eran exclusivos de los gays (únicamente los hombres). Además, reconocemos el esfuerzo por recordar a las primeras víctimas, cuyos nombres aparecen en las pantallas que sirven para proyectar la escenografía durante los momentos más conmovedores. Por tanto la obra es también un memorial bellísimo.
“Un corazón normal” enciende una alarma de protección civil a la sociedad actual que, como hemos dicho en el preámbulo, desconoce a profundidad cómo se transmite y cómo se previene. El SIDA es un asunto importante. Tan paradigmática para la sociedad norteamericana de la década de los ochenta como para la sociedad machista latinoamericana, el tema protagónico de “Un corazón normal”, se vuelve un tema del que es necesario hablar a los gritos. Es necesario arrancar los prejuicios dentro y fuera de la comunidad homosexual. Más allá de los recursos escénicos, es el tema, insistimos, el que vuelve fundamental que vayas a ver este montaje.
“Un corazón normal” se presenta en el Teatro Aldama (Rosas Moreno #71, San Rafael, Cuauhtémoc, D.F) los viernes, sábados y domingos
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Notas
[1] El tiempo ha logrado aminorar en su mayoría –en el mundo occidental- los señalamientos prejuiciosos hacia otros grupos otrora igualmente maltratados como las prostitutas, los judíos, los musulmanes, los afroamericanos, los enfermos mentales, los pornógrafos, etcétera. Sin embargo parece que el desprecio hacia la homosexualidad ha sido sembrada de raíz y arrancarla constituye una labor titánica que loamos y apoyamos.
[2] Una de nuestras fuentes favoritas sobre el tema que siempre vale la pena recomendar es el trabajo de Gore Vidal, recogido por ejemplo (recurrente muchas veces en nuestras reflexiones) en sus entrevistas y ensayos compilados en Sexualmente hablando, Trad. Aurora Echevarría, Barcelona, Mondadori: 2001. 280pp.
[3] Larry Kramer mismo explica en su “guión” –ojo, que no dramaturgia explícita. De ahí que sea tan sencilla su conversión de lenguaje teatral a cinematográfico- obedece a las reglas del western; estilísticamente pues, se acerca más a los formatos teledirigidos que al convivio corporal, ritual del teatro en su forma clásica.