No cabe duda de que el mundo está pasando por una época sombría. El fallecimiento de Fidel Castro y la pérdida absoluta de los ideales revolucionarios que representaba, la victoria del Brexit en Inglaterra, la elección de Donald Trump como nuevo presidente norteamericano, y por puesto la conciencia de las incontables muertes y desapariciones, la desigualdad, la impunidad, la corrupción y la violencia descarnada que se sabe y se siente en nuestro país, impactan y justifican a las creaciones artísticas de las que no escapa el teatro. Es así que nos enfrentamos a una generación de teatristas mexicanos con poéticas sostenidas en una visión pesimista del estado de las cosas. No podía ser de otra manera.
Las propuestas de esta juventud que ha abandonado toda esperanza, devienen en dramaturgias que dan cuenta de
su desolación. Tal es el caso de “Asatia”, una obra del Colectivo Berenjena, dirigida por Eduardo Orozco e interpretada por él mismo en compañía de Verónica Bravo. Por cierto, este montaje está cobijado, avalado, asesorado y producido como primer proyecto de la beca de «la vaquita», apoyo económico y artístico que brinda la compañía de Teatro Independiente Vaca 35, encabezado por Damián Cervantes.
La trama se desenvuelve de acuerdo a los cánones de las comedias románticas. En realidad se trata de una historia de amor bastante simple. Una chica con aspiraciones artísticas, dedicada más por inercia que por pasión a la música clásica, que es toda ella un cliché de lo que es ser supuestamente distinto al resto de los mortales y que se revela muy pronto como una mujer ordinaria que por creerse más sensible que quienes le rodean nunca acabó por integrarse a ellos, de pronto conoce a un chico dedicado a disfrutar la vida, esto es, sin planes a futuro concretos, con una inclinación al mundo el arte -del que ella se siente dueña-, mucho menos acusada pero más honesta. La diferencia fundamental entre ambos personajes es la alegría de vivir que ella nunca consigue y que el conquista sin proponérselo, porque una no es lo que dice ser y el otro es auténtico.
El torpe enamoramiento ente los personajes es bastante breve pero lo suficientemente trascendente para ellos, como para sembrar una duda sobre sus respectivos caminos ¿Qué pasaría si decidieran intentar construir una historia de amor? Ella tendría que abandonar sus planes demasiado rígidos y él tendría que abandonar la contemplación y el disfrute, sumarse a las obligaciones de ella, para estar a su ritmo ¿Estarán dispuestos a arriesgarse el uno por el otro? Naturalmente, eligen tomar distancia.
La historia funciona en buena medida gracias a la escenografía, iluminación y vestuario a cargo de Natalia Sedano y Salmah Beydoun, así como a la musicalización de Chris Mckenzie. Estos elementos otorgan densidad, nutren y complejizan las escenas, nos hacen pensar que quizá entre los personajes si bien no hubo amor, por lo menos hay atisbos de romance. No hubo intimidad a pesar del sexo, pero pudieron haber sido mucho más. Porque uno no deja de pensar en el otro, no se extrañan pero se recuerdan de vez en cuando. Y esto es importante, porque el olvido en estos tiempos de sustitución inmediata, de zapping emocional, de pasar de una persona a otra es tan fácil, que es preciso querer en quien piensa en nosotros.
Los personajes, que no son más que seres llenos de vacío descubren que acaso el amor no es tan importante como para vivir por él. Al final se descubre que tan en serio van con su pesimismo que no es otra cosa que el reflejo del pensamiento de la generación de teatristas que mencionaba al inicio. Estamos frente a una comunidad artística adicta y adepta a hablar de fracaso y desamor, de todo lo que no pudo ser, de todo lo que no pudo decirse, de promesas rotas. Llevan el “no se puede” en la punta de la lengua, con coraje se lamentan, estamos a un año de conmemorar el centenario de la revolución mexicana con artistas todo menos revolucionarios, simplemente porque no hay esperanza.
“Asatia” da cuenta de nuestro teatro triste a través de la historia de la vida de una mujer que se enamora para descubrir que nada vale la pena. Frente al estado de las cosas ¿nos esperan más obras que aconsejen abandonar la vida? ¿Iremos a llorar a la butaca? ¿Estamos dispuestos a regodearnos en nuestros dolores? ¿El teatro ha dejado de ser un alivio, un descanso, un entretenimiento? ¿Qué está pasando con esta generación de teatristas desencantados de la vida? ¿No pensamos confrontar al mundo? ¿No nadaremos contra corriente? ¿Somos ahora oscuros y conformistas? Retractamos la realidad.