Ilustración por Mar Aroko
Para publicar este texto recibí la autorización del estudiante que sale mencionado. La identidad preferimos dejarla en el anonimato.
Hay momentos en que de pronto cambiamos de papel en la vida, por ejemplo, los hijos se vuelven padres de sus progenitores cuando estos envejecen. En este texto te compartiré sobre la vez que pasé de ser estudiante a ser docente y cómo me vi en una situación en donde ahora yo era quien debía tener respuesta a las preguntas difíciles, en este caso: «¿Profe, usted cree que yo puedo ser actor?» Hace algún tiempo me encontré con un estudiante al final de una función de teatro, nos dio mucho gusto vernos y nos quedamos a platicar. En un momento de la conversación me soltó la pregunta. Me sentí con un gran compromiso, pues sentía que mi respuesta iba a ser determinante, me daba la impresión de que se estaba poniendo una enorme responsabilidad en mí. Entonces me acordé de mi último año de la licenciatura en actuación.
Había sido un año muy complicado y tenía la autoestima muy baja. Años después entendí que me sentía incapaz porque, durante mi paso por la escuela, diferentes profesores ponían en duda mis capacidades solo por ser gordo. Lo cual se llama gordofobia, pero en ese tiempo no tenía las herramientas conceptuales para entender y confrontar la cuestión.
Basta citar tres situaciones para ejemplificar:
Segundo año de la licenciatura: Había sido un año muy inspirador. La docente nos había hecho sentir seguras y seguros de nuestras capacidades físicas y emocionales. Incluso hubo un momento muy memorable en donde una compañera, que también era gorda como yo, compartió que le habían dicho que por gorda nunca podría actuar a Julieta. La docente se indignó y nos dijo que quien hubiera dicho eso era un estúpido, pues el cuerpo no tenía nada que ver, que Julieta era, ante todo, una mujer enamorada y que cualquier cuerpo podía encarnarla. Quizá durante la carrera este fue el año en que me sentí más cómodo con mi cuerpo. Hasta el final del curso donde la docente, en privado, a esa compañera y a mí nos “recomendó” bajar de peso para tener oportunidades laborales. Si le hubiéramos contado esto en la clase, que alguien nos había dicho que no tendríamos oportunidades de ejercer nuestra profesión por ser gordos, ¿también se hubiera indignado y nos hubiera dicho que cualquier cuerpo podía actuar? Tal vez, pero de qué serviría que dijera eso de forma pública si en privado nos diría algo diferente, si el último día nos diría que bajáramos de peso. Sin importar que nos había ido muy bien en nuestro proceso, física y actoralmente, para ella dos gordos no tenían oportunidad de dedicarse a la actuación.
Tercer año de la licenciatura: A medio semestre tuvimos un examen abierto al público. Al final, el director de la escuela se me acercó para decirme: subiste de peso. Ese fue el único comentario sobre mi trabajo. Cuando eres gordo parece que tu gordura es lo único visible cuando te paras en un escenario en la escuela.
Al final del mismo año: el docente de actuación me felicitó por mi dedicación y trabajo, pero me “recomendó” bajar de peso para tener oportunidades laborales. Obviando que él también es gordo y que como actor tenía mucho trabajo. Cuando le compartí esto a un compañero de clase, me dijo: “¿Es que no te ha visto en clases de acrobacia o de esgrima?” Mi cuerpo no había sido un impedimento para que me fuera bien en esas clases, pero al parecer lo era para ser actor.
Estos ejemplos son suficientes para entender por qué me sentía incapaz en mi último año de la carrera, y por qué, en mi evaluación final, estaba frente a un profesor preguntándole: “¿Cree que existe gente que no tiene aptitudes para esto?” De esto me acordé cuando aquel estudiante me preguntó si podía ser actor; yo también, años atrás, me había acercado a un docente para hacerle la misma pregunta.
Yo recibí en mi momento una respuesta reconfortante, entiendo que aquel docente pudo ver cómo expuse toda mi fragilidad y mis heridas ante él y afortunadamente fue empático. Sé que los profesores de actuación no siempre son así y a más de un estudiante les han dicho que no sirven y que mejor se dediquen a otra cosa. Tuve suerte. Ahora, desde el otro lado, como profesor, yo percibí esas marcas que dejan los prejuicios de un gremio profundamente herido que no ha sabido dar fin al ciclo violencia (¿qué tanto le habrán dicho a mi estudiante?, ¿qué habrá vivido en sus clases de teatro para llegar a esa pregunta?) y asumiendo esa responsabilidad de saber que lo que dijera podía ser significativo, fui muy cuidadoso con mi respuesta.
Antes de seguir quiero explicar que todo esto lo comparto porque estoy convencido que muchas personas nos hemos sentido incapaces y deseo que tú, que estás leyendo esto, recibas algunas cuantas palabras que contrarresten los prejuicios imperantes.
Cualquier persona puede dedicarse a la actuación.
Al acabar mi último año de la licenciatura en actuación, algo de todo lo que me habían recalcado sobre ser gordo y no poder actuar se había quedado grabado profundamente en mí. Pero varias experiencias me ayudaron a sanar esa herida. Al salir del micromundo que es la escuela, me di cuenta que había actores y actrices con cuerpos gordos que actuaban extraordinariamente, divirtiendo y/o conmoviendo a las audiencias. Toda la carrera la viví engañado, me hicieron creer que por ser gordo no podría actuar o que solo podría hacer un tipo de papeles, de gordo chistoso, pero la variedad del universo actoral me enseñaba que cualquier cuerpo era capaz de actuar y expresarse de infinitas maneras.
Años después tuve la oportunidad de trabajar con la compañía Teatro Ciego MX y disfrutar del entrañable trabajo de la actriz Erika Bernal y del actor Marco Antonio Martínez. Ambos codirigen la compañía y también producen, escriben, además de muchas cosas más. Sin duda es una agrupación muy inspiradora.
Entiendo que el Butoh es una experiencia liminal entre el teatro y la danza, por eso agrego este ejemplo. Se cuenta que Kazuo Ohno, uno de sus fundadores, bailaba sus últimas piezas sentado en una silla de ruedas a la edad de noventa años (quizá un poco más grande). Quienes pudieron atestiguarlo dicen que fue conmovedor e inolvidable. Gracias a todo esto y muchos ejemplos más, hoy estoy convencido que cualquier persona puede dedicarse a la actuación, solo basta con desearlo.
Aunque había otra cuestión que se abría ante la pregunta de poder ser actor que era importante esclarecer. Le dije a mi interlocutor “una cosa es querer ser actor o actriz, ahí sí creo que lo puede lograr quien quiera, pero si me estás preguntando si puedes entrar a una escuela de teatro o pertenecer a un círculo de artistas, eso no lo sé porque tienen sus propios parámetros de exclusión. De lo que estoy convencido es que nadie puede impedirte ser actor”.
Después de esa conversación nos despedimos y yo seguí examinando lo que habíamos hablado. Varias veces me pasa eso, repaso lo que dije y analizo qué pude haber expresado mejor o qué podría haber agregado. Hace días pensé una última cuestión que quisiera haber dicho: al final del primer año de la carrera, recuerdo que una docente de danza nos pidió que nos autoevaluáramos. Cuando fue mi turno me acerqué a ella y le dije: tengo diez. Ella me miró escéptica y yo empecé a llorar y entre lágrimas le mencioné que estaba seguro que si yo no me ponía diez, nadie lo iba a hacer nunca. Ella me contempló atenta y comprensiva. Una semana después, al revisar mi calificación, vi que me había puesto diez, pero eso era lo de menos. Hoy, recordando todo esto, entiendo que lo importante no es si los demás creen en tus capacidades. Pienso que lo importante es que tú aprendas a creer en ti y tú mismo/a busques responderte si puedes dedicarte a la actuación, pero, si me permites aconsejarte, te recomiendo que antes de llegar a una respuesta confrontes tus prejuicios y todo aquello que te hayan hecho creer, sobre todo si esas ideas te hacen sentir insuficiente y te impiden animarte a cumplir tus sueños.