Me confieso incapaz de muchas cosas, especialmente de quedarme callada, siempre he tenido la pluma muy suelta, curiosidad y casi nada de prudencia. La perfección me devuelve a mi sitio, me pone en mi lugar, me recuerda que no puedo intentar igualar con mis palabras las experiencias que me calan profundo. Las imágenes que importan. Los recuerdos que se quedan para siempre dentro de uno. Las enseñanzas que nos entran carentes de teoría. Las reales. Las únicas.
He salido una vez más de “Terrenal” con el corazón entre las manos, la he visto en el Teatro Experimental de Guadalajara, Jalisco y en el Teatro del Pueblo en mi deliciosa Buenos Aires -tengo una extraña obsesión por hacer investigaciones sobre teatro comparado-. Seguiría la obra hasta el fin del mundo, cuando menos hasta la orden de restricción. Pero no puedo escribir acerca de ella. Me sobrepasa. De poco serviría repetir lo que otros han dicho, nos estorba la verdad de Perogrullo.
Podría enfocarme en el tema y celebrar la reinterpretación del mito, la resignificación de la rivalidad inserta en el contexto económico, guía de destinos de la modernidad. Podría sonreír ante la universalidad de la dramaturgia salpicada de argentinismos que revelan la genialidad del escritor, quien experto en el uso del lenguaje, manipula las palabras a placer para hacerlas sentir en casa. Sin problemas podría mostrarme boquiabierta ante la coherencia poética que incluye la escenografía y el vestuario reciclados (¡Ay, Kartún “kartunero”!) para empatar con la reflexión sobre el sistema capitalista, reflexión discreta y contundente que de puntillas se instala en la conciencia de espectador. Podría deshacerme en halagos ante Claudio Martínez Bell (“Caín”, el maestro morronero) que me ha regalado tanta dicha que de saberlo, probablemente lo haría sentirse incómodo.
Podría hablar de “Abel” y de “Tatita” (Claudio Rissi y Claudio Da Passano, respectivamente), pero basta que los lleve en el bolsillo izquierdo a la altura del pecho; basta con saber que a mis veinticinco años de vida, y a mis poco menos de teatro, “Terrenal” es la única obra que he aplaudido de pie. Yo que llevaba la convicción férrea de rendir justa cuenta a los montajes y no demostrar una admiración exagerada que, además de no quedar bien en una dama, no valía realmente el gesto, caí de rodillas. Agradezco. Ahora tengo por cierto que el amor como el teatro, son los únicos milagros en los que podré creer.
Podría hacer esto y más pero ningún adjetivo alcanza. Prefiero llevar humildad en la cartera del lado del morrón que como ritual dentro mismo cargo a manera de amuleto de la suerte. La suerte que he tenido de haber dado con esta obra trascendental, súmmum del trabajo de Kartún. Prefiero seguir leyendo entrevistas, alegrarme con lo que otros dicen, recomendarla hasta el hartazgo; llevar la fiesta por dentro y andar por ahí en silencio en espera de volver a verla una y mil veces más. Que la vida me lo permita.