Exquisitez y picardía son dos palabras clave para describir la trayectoria de Tito Vasconcelos. Ambas se han conjuntando en su vida y en su obra para dar lugar a movimientos políticos, apuntalar corrientes artísticas y generar comunidades de inclusión y disidencia. Al igual que muchas otras personas congregadas por este homenaje, conocer a Tito marcó un antes y un después en mi vida, su cabaret me constató la potencia del teatro político, ese género del que tanto había leído y que, hasta ver una de las versiones de “La Pasión según Tito” en el Foro A Poco No —en el 2014—, parecía que sólo existía en la teoría. Ese momento fue para mí una revelación: era la primera vez que veía en México un trabajo escénico dicotómico: entretenido e inteligente, sinvergüenza y elegante, serio y burlón, crítico y divertido, analítico y ligero; comprometido con sus ideales sin caer nunca en la tentación de aleccionar a la audiencia porque sí hay algo que promueve el cabaret de Tito es la libertad y el goce. Esto me lleva a la segunda constatación teórica: el ideal del público emancipado.
Algo pasa con los cabarets de Tito que te hacen sentir en casa, desde que cruzas la puerta sabes que eres bienvenida, esta sensación es extraordinaria, especialmente para quienes nos sabemos poco gratas para la sociedad conservadora y patriarcal, como quienes integran a la comunidad LGBTTTQIA+ y las mujeres que decidimos dedicarnos a generar pensamientos propios, renunciando a la imposición de replicar y obedecer el pensamiento de los “grandes maestros”. Muchos teatros nos dejan entrar porque no les queda de otra. Porque necesitan aceptar tantos clientes como les sea posible para presumir en redes sus funciones llenas. Pero que te dejen entrar no significa que te acepten. En todo caso, te toleran. Por el contrario, el cabaret de Tito, celebra tu existencia, invitándote a despojarte de los condicionamientos sociales para que puedas expresarte libremente, allí puedes perder la compostura. Es un espacio seguro. El mundo exterior exige silencio y mesura, en el cabaret de Tito sabes que puedes soltarte y reír a carcajadas. Es un espacio carnavalesco, en el que se suspenden las jerarquías: allí el artista no se sitúa por encima de su público, condicionando sus reacciones ni sometiéndolo a la ortopedia del buen comportamiento y la modestia. Hablo de emancipación, porque el cabaret de Tito propone una relación horizontal entre público, creadoras y creadores, de otra manera no habría posibilidad de entablar un diálogo, un vínculo de comunicación recíproca en el que cualquiera es libre de aplaudir, discutir o abuchear la representación sin miedo a represalias. Sin temor a que el artista le recrimine su estupidez por no haber entendido la obra ni su poca cultura por no guardar silencio durante la función. Y es que a Tito no le interesa formar espectadoras y espectadores obedientes, sino seres libres, aceptando su capacidad para construir sus propios criterios.
Esta conformación de comunidades libres de pensamiento, habla, tanto de la generosidad de Tito como de su apabullante inteligencia, sobre esto último da cuenta cada una de sus obras, en las que se manifiesta su aguda mirada crítica y su afilado sentido del humor. También da cuenta de ello cuando baja del escenario y comparte una copa contigo. Es un magnífico anfitrión. Siempre tiene un comentario interesante en la punta de la lengua. Es justo decir que Tito es una de las personas más brillantes, elocuentes y risueñas que conozco. De pocas personas puede decirse además que son las mejores en lo suyo. Y Tito es, sin duda, el gran referente del cabaret político mexicano. Aquí viene a colación una vez más su generosidad e inteligencia, pues Tito, en lugar de quedarse para sí su erudición, la ha compartido, formando generaciones de cabareteras, cabareteros y cabareteres cuya inspiración y enseñanza resultan invaluables. A ellos, ellas y elles, Tito les ha enseñado la técnica y los trucos para crear espectáculos extraordinarios. Es especialmente exigente con esto, acaso porque una de las cosas que más le generan repulsión es la mediocridad, por ello no se la ha permitido nunca a sí mismo y ha procurado acercarse a otras criaturas maravillosas. En este sentido es también excepcional, pues no se intimida por el talento ni la inteligencia de otras personas, por el contrario, lo disfruta, se enriquece de ellas y procura enriquecerlas a su vez. Por eso, además de un gran artista, un gran divo y un ícono de la cultura en México, Tito será recordado siempre como un gran maestro —o “miss” como le dicen sus alumnas, alumnos y alumnes— un gran amigo y un gran ser humano. Su legado y su cariño son infinitos.
No me queda más que agradecer la invitación a participar de este homenaje. Es un honor y un privilegio. Muchas gracias.
*Estas palabras fueron compartidas en el Homenaje a Tito Vasconcelos organizado por Teatro El Milagro el 9 de marzo de 2022*