I
Hace unos días se desató un escándalo en la comunidad teatral de México. Para no seguir con la dinámica de dimes y diretes solo expondré, para los que no lo sepan, que un estudiante de una escuela de actuación denunció irregularidades y abusos por parte de docentes en la institución a la que pertenecía y eso ha desatado, hasta el momento, largos estados en Facebook y discusiones cibernéticas muy interesantes e intensas que mientras tanto, y como casi siempre pasa con las redes sociales, solo han quedado en el morbo y el sensacionalismo.
No me enfrascaré en desentrañar “la verdad” de los hechos, solo utilizaré este suceso como disparador de la presente reflexión. Lo que sí señalaré es que estoy en desacuerdo con todos los que siguen con la siniestra dinámica normalizada de nuestro país en que antes que todo se culpa al denunciante. Si alguien marcha por cualquier razón, se le juzga de “huevón” que debería ponerse a trabajar, si una mujer sufre acoso sexual, se le pregunta cómo vestía. Estamos en un país en el que al parecer uno es responsable de los atropellos que se cometen en contra de su persona, por eso manifiesto que estoy en total desacuerdo con los dichos de quienes cuestionaron lo que se denunció sin ni siquiera conceder el benefició de la duda. Comentarios como: “yo conozco de quién se habla”, “por qué no lo dijo antes” e incluso la satirización de los hechos solo dan cuenta del desprecio que se tiene hacia los que alzan la voz porque con esas actitudes únicamente busca anularse algo que debería considerarse primero. Tal vez las dinámicas en las escuelas de teatro pueden y deban mejorarse.
II
Dejaré de lado el escándalo, todo lo que diré a continuación prefiero que se tome como ficción, ya que la verdad, sea cual fuere, está muy devaluada en estos tiempos, por eso elijo que se piense lo que escribo como un relato fantástico, así me ahorro que se me cuestione, que se me pidan nombres, fechas, etc. Igual con el paso del tiempo uno es una ficción de uno mismo y el recuerdo no es más que otra ficción, la de la memoria, por lo que cualquier tentativa por dar cuenta del pasado es poesía (en el mejor de los casos). No quiero hacer una cacería de brujas, quiero que pensemos en nuevas formas de construir desde el amor. ¿Y es qué no se construye desde ahí? Hablaré de mi experiencia.
Estudié en una escuela de teatro. Desde un principio se me advirtió que el teatro no era para gordos (como soy) a menos que fuera Carlos Cobos, así se me decía, muchos docentes usaron el mismo ejemplo. Nunca con la intención de ofender a Cobos, que todos quisieron mucho, sino poniéndolo como ejemplo porque era magnífico pese a estar algo pasado de peso (Como si eso fuera un problema para ser actor, pero bueno). El asunto es que ese extraordinario actor, que para siempre estará en la memoria de quienes tuvimos el placer de verlo en escena, era único entre los únicos, por eso nunca morirá. Así que yo qué podía hacer siendo simplemente un yo, así sin más. Al haber sido niño “bulleado”, aunque antes no se utilizaba ese concepto del bullying, que me dijeran que era gordo nunca hizo mella en mí. Incluso recuerdo una anécdota de un profesor que me dijo que estaba contento de que la escuela de teatro ampliara sus parámetros y ahora aceptaran a “gente como yo”, lo dijo muy sorprendido, como si fuera un extraterrestre.
Una experiencia que sí me dolió fue enterarme que un docente se haya expresado de mí como: “ese alumno que tiene cuerpo de señora”. Sí, mis pectorales eran grandes, más parecidos a glándulas mamarías, sin duda. ¿Pero iban ahí a ayudarme a ser actor o simplemente harían esa clase de comentarios hacia mi persona? ¿O acaso la burla es parte de la formación actoral? No me dolió el comentario, en mi adolescencia me dijeron cosas peores de las que aprendí a reírme, lo que me dolió fue darme cuenta que uno le otorgaba su vulnerabilidad física y emocional a alguien que se mofaría de tal forma.
Ya a punto de egresar y convencido de que no sería actor porque tenía “más cara de director o dramaturgo”, eufemismo para no decirme panzón directamente, nos dieron una clase docentes de otra institución, los cuales salieron hablando mal de nosotros: “como era posible que tuviéramos esos cuerpos si éramos alumnos de último año”. Una vez más se traicionaba la confianza. Es como si los psicoanalistas se reunieran a tomar unos tragos y burlarse de sus pacientes. Un estudiante de actuación no es un paciente y el teatro no necesariamente tiene una función terapéutica, pero entre los creadores teatrales se genera mucha intimidad y lo que se traicionó y me parece reprobable es esa confianza.
Salí de la escuela bien –afortunadamente-, pero hay quienes al dejarla tuvieron que ir a terapia, quienes lloraron delante del grupo porque se había nulificado su amor propio, quienes dejaron el teatro por considerarlo un lugar hostil. Y siempre me pregunté si existiría otra forma, pues parecía que ese era el único camino. La letra con sangre entra. Pero hoy lo cuestiono y observo que no era normal. Se dice que así es, que esa es la forma de enseñar a actuar pero en realidad lo que se ha consolidado es una especie de maltrato sistemático como método para formar actores. No por parte de todos los docentes, es cierto pero casi todos los estudiantes que conozco padecieron algún trato que ahora con distancia pueden nombrar como lo que era: abuso.
Por último compartiré algo que viví cuando entré a la escuela. Al iniciar curso los compañeros de grados superiores nos hicieron un “ritual de iniciación”; este consistía en vejaciones y maltrato por parte de ellos. Debido a esta práctica una vez la escuela salió en el periódico a causa de una denuncia hecha ante derechos humanos. Muchos de los comentarios posteriores de la comunidad escolar fueron que la persona que hizo la denuncia “no aguantaba nada”. Y era verdad. En la escuela muchos vivieron cosas peores por parte de los docentes.
Para ejemplificar mejor mi punto recomiendo ver Whiplash. La película trata, entre muchas cosas, de un profesor de música que ejercía violencia sobre sus estudiantes. Para algunos puede sonar como una exageración pero muchos conocidos míos, estudiantes de distintas escuelas de teatro, consideran que lo que vivieron durante su educación académica fue similar a lo que muestra la película.
Me gustaría pensar que muchos de los maltratos ejercidos en el método de enseñanza por parte de varios docentes es meramente desconocimiento del daño que se infringe pero un profesor de una prestigiosa escuela de teatro que conocí me platicó que una vez había tenido problemas con un grupo, para lo cual fue con el director para que lo orientara sobre qué hacer para controlarlos y la respuesta del director fue simple y llanamente: trátalos mal.
Todos los que estudiamos en una escuela de teatro sabemos que es duro, pero duro se ha vuelto sinónimo de maltrato sicológico y vejaciones. Dejemos de asumir que las cosas son “como son”. En un mundo de odio, construir desde el amor no solo sería un acto de resistencia sino un acto revolucionario.