ESTA CHARLA FUE IMPARTIDA A TRAVÉS DEL FB LIVE DE LA FACULTAD DE MEDICINA DE LA UNAM EL 26 DE JULIO DE 2020
Hace apenas unos días, compartimos una entrevista con Sergio Blanco, en la cual, decía que, para él, como dramaturgo, lo fundamental era entrenar la mirada: “Todo acto de creación está precedido por una mirada”[1]: Como acostumbro (acaso sea un mal hábito esto de querer llevar agua a mi molino), hice viajar esta idea hacia el terreno de mi vocación para sacar a relucir el cariz poético de la coincidencia, pues, precisamente, el ejercicio de la recepción teatral también depende de aprender mirar, con sorpresa, con empatía, con potencia vital.[2]
Quiero aprovechar que me encuentro frente a un auditorio de estudiantes de medicina para pensar en la observación sensible de manera relacional, es decir, que en el desarrollo de mi charla plantearé algunas analogías entre el diagnóstico clínico y la apreciación escénica; después de todo estoy aquí para intentar establecer un vínculo, para construir un puente entre su mundo y el mío, para ello les propongo que liberemos nuestra comprensión del mundo de la categorización disciplinar, que seamos inteligentes, tal como entendía René Leriche, que en su espléndido libro sobre Filosofía de la Cirugía, define la inteligencia como “la aptitud para captar las relaciones secretas de las cosas […] el arte de los enlaces imprevistos”.[3]
Me gustaría invitarlas a pensar en el arte y en la ciencia como fenómenos de la vida que no están separados uno del otro, como quizás nos han hecho creer nuestras autoridades académicas, sino que, de la misma manera que en nuestro cuerpo, “todo es ligazón e interdependencia”.[4] Tendríamos que ser capaces de reconocer que tanto la apreciación escénica como la medicina son actividades creativas que dependen de la observación para hacer el diagnóstico sobre un cuerpo y sus órganos. Médicas y críticas depositamos la mirada en nuestro objeto de estudio con la finalidad de examinarlo y realizar un análisis. No se trata nunca de una mera contemplación, sino que nuestras observaciones tienen siempre una finalidad reflexiva.
Habría quienes incluso se apresurarían a asegurar que la apreciación serviría para hacer un diagnóstico de una puesta en escena y que la crítica tendría la capacidad y la responsabilidad (hay quienes se dan demasiada importancia) de “curar” una obra enferma o malograda. Personalmente no suscribo a esta percepción sobre nuestro quehacer como espectadoras especializadas, pero me ha parecido pertinente mencionarla en este ejercicio de relación, para señalar una diferencia fundamental entre el diagnóstico clínico y la apreciación escénica, y es que, mientras que las médicas observan a los pacientes para distinguir lo sano de lo enfermo, y en su caso determinar la gravedad de un malestar, la observación de un espectáculo no se concentra en señalar “lo que está bien “y “lo que está mal”, pues a menudo esta distinción depende de las reacciones epidérmicas de quien observa, y el gusto, como sabemos, es un criterio cargado de prejuicios. Por lo tanto, es justo señalar a la subjetividad como la desigualdad principal entre la apreciación escénica y la apreciación clínica.
Las reacciones personales inmediatas son incapaces de constituir un argumento, precisamente porque no se puede pretender alcanzar la comprensión de una pieza a partir de los límites de una experiencia que se reduce a los límites perceptivos dados por el contexto en el que se ha desarrollado el observador devenido en comentarista. El criterio del gusto es insuficiente para realizar el diagnóstico de una obra de teatro, tanto como es inútil para detectar la causa de un malestar físico. Ninguna persona dedicada al estudio de la medicina puede determinar la salud de su paciente a partir de si le gusta la descripción de sus padecimientos o de si sus malestares lo remiten a un recuerdo sobre su propia vida.
La examinación médica ha prescindido del criterio del gusto porque sabe que es una reacción que anestesia el pensamiento, mientras que en el ejercicio de apreciación aún no hemos conseguido erradicarlo, perjudicando la práctica al frenar la potencia de la recepción reflexiva que, al resistirse a la explicación de una obra a partir de las reacciones inmediatas, tiene la capacidad de ofrecer una valoración que reanima no solo el cuerpo de la representación sino el fenómeno mismo de las artes escénicas. Solamente cuando nos resistimos a juzgar una obra a partir de nuestro horizonte de expectativas, podemos establecer un diálogo que supere el comentario superfluo, que vea más allá de lo evidente, que sea capaz de decir algo nuevo sobre lo conocido, algo que sea distinto y valioso.
La interpretación reflexiva de una representación artística es posible a partir de la adquisición de conocimientos propios de la disciplina, a través de la teoría y de la praxis. Tanto la medicina como la apreciación escénica dependen de un inmenso trabajo de conocimiento, de muchas horas de estudio y de ensayo. En ambos quehaceres hay que poner a prueba lo que dicen los libros para que nuestros saberes no sean meras especulaciones. La comprobación de la teoría en la práctica es necesaria para agudizar la sensibilidad de quien observa, facultando su mirada para que sea capaz de intuir un diagnóstico o de interpretar de una obra, según sea el caso, captando detalles significativos en un solo golpe, así como las mejores médicas son capaces de adivinar el malestar de un paciente a partir de lo que para una mirada inexperta podrían parecer trivialidades:
“Atención a las perforaciones del cinturón: las recientemente añadidas pueden ser indicio de incremento ponderal. ¿Es una mujer que se ha pintado las uñas de los pies? Si ella misma se aplicó la pintura, quiere decir que tiene cierta flexibilidad corporal incompatible con artritis y serios desórdenes musculoesqueléticos. Fijarse bien en la distancia que hay entre la pintura y la base de la uña: sabiendo que las uñas crecen a razón de 0.1 mm al día, es posible calcular cuándo la paciente estaba todavía en condiciones de aplicarse la pintura.” [5]
La agudeza de la observación permite al practicante de medicina desarrollar un “ojo clínico”. Desde la Antigüedad, los médicos consideraron la agudeza visual como la herramienta más importante para el diagnóstico, por ello, desarrollaron su metodología de examinación basada en la mirada atenta. En los primeros tratados de medicina del Islam y de Grecia se reconocía la vista como el sentido más apto para alcanzar nuevos conocimientos. El perfeccionamiento y sistematización de la captación global e inmediata de un padecimiento llegó con la era hipocrática.
Fue también en la Antigua Grecia que la mirada entrenada cobró especial relevancia para determinar la calidad de un espectáculo, pues se celebraban concursos dramáticos en los que un jurado compuesto por ciudadanos era elegido, entre otras cosas, por contar con las herramientas de apreciación necesarias para determinar quién merecía la victoria. Sin embargo, no fue sino hasta el siglo XX que la expectación fue reconocida como un elemento fundamental para la concreción de sentido de una obra de teatro. La llamada emancipación del espectador enfatizó la recepción como un ejercicio activo y creativo fundamental para el desarrollo de una puesta en escena.
El ojo clínico aplicado a la apreciación, faculta la mirada crítica del público que permite valorar un espectáculo. Desafortunadamente la valoración se ha malinterpretado como un examen que resulta en una calificación, cuando de lo que se trata es de la capacidad de comprender la experiencia de un espectáculo a partir de la captación de los elementos que la articulan y el modo en que se despliegan para poner un mundo a vivir de manera efímera. La apreciación teatral tiene que ver con la capacidad de quien observa de identificar las razones de una obra en cuestión.
De acuerdo a Gerard Vilar, toda obra artística posee una razón funcional, una razón poética y una razón comunicativa, por lo tanto, la apreciación consistiría en el reconocimiento in situ de la función instrumental, las posibilidades de sentido, la intención y la interpretación contenidas en un objeto artístico.[6]
La apreciación escénica, como la conjunción del ejercicio del ojo clínico y de la mirada crítica, nos aleja de la impresión inmediata y habilita nuestra curiosidad, para elaborar preguntas y ofrecer respuestas tentativas que amplían la reflexión sobre una obra de teatro. La interpretación de una puesta, como un primer diagnóstico, no se expresa en términos de resultado definitivo, sino que habilita la comprensión de un acontecimiento que escapa del régimen de la cotidianidad.
Quise utilizar la noción del ojo clínico para explicar el entrenamiento de la mirada que nos sería útil para la apreciación escénica, pues, en ambos casos, es necesario aprehender la totalidad de un cuerpo a partir de un proceso de ingeniería inversa: el médico (como el espectador) construye una hipótesis a veces inconsciente y luego la pone a prueba mediante técnicas objetivas o según la evolución temporal del paciente. Va de arriba-abajo, de lo universal a lo particular, captando primero el fondo de la cuestión y luego la forma.[7] De cierta forma, las mismas habilidades son requeridas para realizar un primer diagnóstico clínico y una primera interpretación de un espectáculo, pues en ambas es preciso percatarse de una atmósfera general a partir de los detalles captados de manera instantánea, confiar en la intuición y dejar el campo abierto para múltiples versiones.
Salvando las distancias y sin intención de equiparar la importancia de la medicina de la que depende la vida, con la apreciación escénica que sería más bien un lujo de la razón sensible, he aproximado su vinculación a partir de la noción del “ojo clínico”, útil para comprender la importancia de la inspección atenta que nos permite detectar las sutilezas, los indicios que podrían parecer triviales para la observación descuidada. El desarrollo de la mirada crítica como la aplicación del ojo clínico es esencial para la apreciación teatral, pues del mismo modo que una examinación irresponsable, la pérdida de condición de la vista, nos conduciría a realizar un mal diagnóstico y a ofrecer una interpretación injusta, incapaz para comprender las razones de cada puesta, calificando en lugar de reflexionar y describiendo lo evidente, en lugar de esforzarse y profundizar. Cuando se realiza de manera irresponsable, la apreciación (como la crítica) se parece a una operación quirúrgica malograda, que mutila sin llegar a curar.
[1] “La escritura para mí no se limita al gesto mismo de escribir palabras en un papel o en un software, sino que empieza con una mirada que deposito sobre el mundo, las personas, las cosas. Creo que todo acto de creación está precedido por una mirada. Yo le llamo mirada sensible porque creo que es una mirada que deriva del cuerpo y de la sensibilidad y no de la estricta racionalidad […], Entrenamiento dramatúrgico: Sergio Blanco, en: https://aplaudirdepie.com/entrenamiento-dramaturgico-sergio-blanco/ consultado por última vez el 26 de junio de 2020.
[2] Recupero también estas características de la mirada creativa de la entrevista con Sergio Blanco.
[3] Leriche, René. Filosofía de la Cirugía. Madrid, Editorial Colenda, 1951, pág. 45.
[4] Leriche, René. Pág. 50
[5] “Reminisencia del ojo clínico”, en: https://www.letraslibres.com/mexico/revista/reminiscencia-del-ojo-clinico Consultado por última vez el 25 de julio de 2020.
[6] Vilar, Gerard. “Las razones del arte”. Taula: Quaderns de pensament, núm. 38, 2004.
[7] Traves, Torras Francisco, “El ojo clínico”, en: https://pacotraver.wordpress.com/2009/07/26/el-ojo-clinico/ consultado por última vez el 26 de junio de 2020.
Fuentes
Entrenamiento dramatúrgico: Sergio Blanco, en: https://aplaudirdepie.com/entrenamiento-dramaturgico-sergio-blanco/ consultado por última vez el 26 de junio de 2020.
De la Puente, Cristina. Médicos de Al-Ándalus. Nivola, Madrid, 2003.
González Crussi, Francisco. “Reminisencia del ojo clínico”, en: https://www.letraslibres.com/mexico/revista/reminiscencia-del-ojo-clinico Consultado por última vez el 25 de julio de 2020.
Gudiel Munte, Francisco. “Ojo clínico y evidencia científica”, en Educación Médica, vol.9, supl.1, diciembre 2006.
Leriche, René. Filosofía de la Cirugía. Madrid, Editorial Colenda, 1951.
Traves Torras, Francisco. “El ojo clínico”, en: https://pacotraver.wordpress.com/2009/07/26/el-ojo-clinico/ consultado por última vez el 26 de junio de 2020.