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Reflexiones

Reflexiones

Nuestro Primer Aniversario

por Zavel Castro 10 abril, 2016

Ha pasado un año desde que decidimos ampliar por nuestra cuenta las fronteras de la crítica de teatro en México hasta ahora prácticamente endogámica, reducida al boca en boca de la gente de teatro hacia su gremio, a minúsculas secciones en los diarios de circulación nacional, apenas reseñas de una cuantas líneas o columnas marginales que más que estudiar el fenómeno teatral, o hablar del maravilloso e infinito campo de posibilidades que representa este, se conformaban con el juicio y la recomendación superficial.

La crítica de teatro entonces parecía tener únicamente dos posibilidades: o confinarse al olvido o a un reducidísimo público especializado en el ámbito académico, o bien, seguir las fórmulas de las revistas de espectáculos, simplificando los contenidos para hacerlos digeribles y graciosos, llamando la atención mediante la forma, colocar al espectáculo por encima del rito.

Una noche regresábamos a casa conmovidos como nunca antes tras haber aplaudido de pie una función de “Terrenal” de Mauricio Kartún en el Teatro del Pueblo. Además, habíamos asumido desde hacía tiempo nuestra admiración por el trabajo y el contagio del mismo tras las cátedras y lecturas de Jorge Dubatti. Queríamos prolongar indefinidamente esas emociones. Queríamos cristalizarlas.

Bajo un golpe de inspiración, tras la búsqueda de un espacio donde ejercitar nuestro pensamiento y opinión argumental, presas de una apasionada vocación como investigadores y hacedores, decidimos abrir este espacio off para hablar de nuestra pasión más acusada.

Quisimos documentar nuestros estudios por el valor incalculable que atribuimos a cualquier archivo, quisimos formar una familia vinculada por el amor al teatro en Buenos Aires (donde además admiramos su Modelo de práctica crítica y quehacer Teatral) y en la Ciudad de México; nuestro alcance geográfico ha aumentado así como el equipo creativo y colaboradores en Aplaudir de pie.

Quisimos romper la endogamia y la superficialidad. Creemos que vamos por buen camino. Vale la pena detenerse a agradecer con el corazón a quienes hacen esta página posible y a quienes se ha tomado el tiempo de leernos y compartirnos. Estamos más que contentos.

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«El teatro que hacemos». El quehacer teatral en el país de las maravillas

por Zavel Castro 13 diciembre, 2015

El 30 de noviembre del año en curso, algunos de los teatristas más representativos de la escena mexicana se reunieron en mesas de discusión en un encuentro organizado por Ignacio Flores de la Lama, director de CasAzul, para reflexionar sobre su quehacer y compartir sus impresiones y experiencias con estudiantes de la carrera de actuación, pensadores, curiosos y espectadores cautivos y potenciales.

Como receptores del discurso nos corresponde pensar y sobre todo cuestionar lo dicho, de otra forma estaríamos siendo cómplices conformistas de lo que sucede y la conformidad no nutre; solapa, soporta, asiente, sonríe, agacha la cabeza y agradece lo recibido, sea lo que sea. Es cierto que la sumisión caracteriza en la imaginación colectiva al pueblo mexicano, pero si nos apartamos un paso del estereotipo, ejercitando el pensamiento como debe hacerlo la crítica, nos encontramos con un pueblo que niega, reclama e interroga.

Si la conformidad no está de nuestra parte (los teatrólogos, los espectadores, los cómplices imprescindibles del teatro) encuentra cómodo asiento entre los hacedores. Los teatristas y responsables en buena medida de lo que pasa sobre el escenario cultural. Enfaticemos: la conformidad está de parte del teatrista. Esto es peligroso. Esto es reprobable. La conformidad paraliza.

“La gente va al teatro cuando encuentra algo que lo conmueve”      

Como un ponente más, la conformidad acompañó la que acaso fuera la mesa más importante del encuentro, aquella que debía dar cuenta sobre el teatro que se hace en el país de forma sincera, aquella que debía acusar las áreas de oportunidad sin negar por esto las que funcionaban, dar un balance de lo positivo y negativo para señalar en qué punto nos encontramos para trazar un camino hacia adelante.

Afortunadamente hubo dos participante dispuestos a enriquecerse con el pensamiento del otro, dos hombres verdaderamente interesados por compartir y por pensar la situación del teatro mexicano: Enrique Singer, cuya lucidez iluminaba el rumbo de la conversación y Juan Meliá, probablemente el hombre con la opinión mejor argumentada de la mesa. Ambos han sentido la enorme responsabilidad de elegir y programar la puestas que representan a nivel internacional al teatro mexicano, de ahí que hayan desarrollado un criterio seleccionador y que sepan con exactitud la manera en la que convive el arte con la Institución, la libertad con la burocracia.

“El teatro es una obra de cocción lenta”

 Las conclusiones de Singer y Meliá con respecto a la asistencia del público a las salas de teatro, la importancia de ejercer cualquiera de las funciones del universo teatral con humildad, el respeto a las jerarquías dentro del mismo sin que esto signifique adoptar una actitud autoritaria, el cuestionamiento sobre el olvido del teatro de calle en beneficio del teatro de sala, las muestras nacionales como exhibición del grado endogámico al que hemos llegado, la necesidad de correr riegos controlados, la reciente vinculación del teatro con las problemáticas políticas actuales, la toma de postura evidente de los hacedores con la situación nacional, la centralización de la cultura como un fenómeno inevitable, el lugar central que ocupa el género del realismo en las producciones que solo cambiaría con la reformación de los programas de las escuelas de teatro y la diferencia entre el teatro que queremos hacer y el teatro que se hace por encargo, fueron arrojadas sobre la mesa para seguirse pensando.

“El teatro que hacemos es el teatro que necesitamos hacer”

 Lo reprochable aún hacia estas dos voces valiosas (Singer y Meliá), es que el tono general de la discusión era resultado de una visión quizá demasiado optimista y orgullosa de lo que está “logrando” el teatro mexicano, al que presentaron como plural, incluyente, producto de una tradición “inmensa”, rico y bien hecho –generalización dañina-; es decir el teatro mexicano como “mucho, variado y bueno”.

Habría que matizar estas aseveraciones contraponiéndolas con las fallas y fracasos, comparándola con otras situaciones y contextos internacionales. Siendo objetivos, más que conformistas. Sustituir esa actitud de “todo está bien” y “aquí no pasa nada” por una preocupación por aquello que no lo está, combatir lo que no funciona gracias, sobre todo, al apego a la institución, porque no es cierto, como aseguraron, que “abunden” las salas independientes en la Ciudad de México, de hecho este año cerró una de las más relevantes dentro del contexto (me refiero, por supuesto, al Foro El Bicho) y quizá no es del todo cierta esa supuesta democracia ejercida desde sus puestos.

Por supuesto que existe una burocracia que entorpece, un amiguismo y una lambisconería que hace de la adulación uno de los recursos más acusados de los teatristas para montar sus puestas. Por supuesto que hay un enorme nivel de hipocresía en el gremio y que no se ha incentivado lo suficiente el reto y la innovación. De ahí que Villareal, Gaitán y Álvarez Robledo sean grandes excepciones.

En fin que mientras el sistema cultural funcione bajo los mismos parámetros y los artistas se crucen de brazos por temor a perder su sustento, mientras el conformismo con lo que se está haciendo siga presente de alguna manera, no se conseguirá jamás un teatro incendiario, enloquecedor, caótico, pertinente, necesario, voraz, interesante, complejo, relacionado íntimamente con las necesidades de los espectadores (que también deben aprender a serlo), no solo con sus preocupaciones políticas. Mientras exista conformidad nuestro teatro no será una luz que guíe, un abrazo que consuele, una exhibición que sirva, una forma que arrebate. Mientras la conformidad esté ahí, el teatro mexicano no será nunca imprescindible.

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Temporadas breves vs. Temporadas largas

por Zavel Castro 19 noviembre, 2015

Hace algún tiempo que Paulina Sabugal y yo nos reunimos para conversar cervezas en mano, sobre las ventajas y desventajas de la brevedad de las temporadas teatrales en la Ciudad de México. Esta conversación tuvo como resultado el siguiente texto que esperamos seguir trabajando una vez que hayamos ensanchado el círculo de diálogo para lo que para nosotras resulta un tema esencial en nuestras investigaciones. Te invitamos a abrir también una cerveza mientras acompañas nuestro debate del que como era de esperarse, salieron muchas más preguntas que respuestas.

¿Qué te conozcan más o que te conozcan mejor? ¿Emergente o emergencia?

Z: Mientras que las temporadas breves, por la consecuente rotación de espectáculos que suponen, fomentan la variedad en la cartelera teatral, las temporadas largas posibilitan el arraigo de una obra de teatro hasta conformarse en un elemento identitario de determinadas comunidades. Acá no sólo el espacio sino la obra misma, pasa a formar parte de la historia de un individuo, en dicha puesta se reconoce y crece junto a la misma. El espectador se encariña con los personajes, el largo aliento permite sentir con mayor profundidad todos los elementos que participan del convivio teatral.

Los mejores ejemplos que se me ocurren ahora mismo son “La Omisión de la Familia Coleman” de Claudio Tolcachir en la Argentina y “La Dama de Negro” en México, el público de estas puestas en constante y reincidente, quieren a los personajes como si formaran parte de su círculo de amistades cercanas, han creado un vínculo tan estrecho con la puesta en escena, con los personajes e incluso con los generosos directores que acceden a hablar constantemente del proceso de creación de las mismas, que los espectadores las viven una y otra vez con la misma o mayor intensidad. La conocen profundamente y gracias a esto se han enamorado de ella, la comprenden, la quieren y se rehúsan a pensar el fenómeno teatral como algo efímero, se vuelven adictos a la emoción que les produce, y regresan para volver a sentir. Como hacemos con todo lo que amamos. Uno solo vuelve a lo que los lugares donde ha sido feliz, la frase se comprueba como nunca en los foros que albergan las obras que no amenazan con su pronta partida.

P: Tal pareciera que ante la temporadas largas, los espectadores regresaran constantemente a volver a ver la misma obra por una simple cuestión de cariño ¿Sucede? ¿Dónde? Y si así fuera, ¿cariño a quién? Aún pensando en las obras legendarias en Londrés, Paris y Nueva York, los factores que responden a que la gente vaya muchas de las veces tiene que ver con una especie de “moda” o comprar un producto de “marca”, probado y comprobado con que “se la va a pasar bien”. Tal es el caso de Oliver Twist, el famoso musical inglés o Blue Man Group en Nueva York o hasta el mismísimo Moulin Rouge en Francia, que en efecto es parte de la historia de la ciudad en sí y hay un fenómeno identitario con lo que ahí se ofrece como espectáculo. Pero, ¿regresar? ¿para qué? ¿quién lo hace? ¿el espectador que forma parte de la comunidad o el turista curioso? ¿No están hartos los vecinos de Broadway de los escándalos que generan los teatros ahí? Y si van, ¿el supuesto cariño no responde más bien a ver a un actor específico en cartelera como cuando Ricky Martin estaba en Los Miserables o bien, ir francamente a criticar lo bien que antes estaba la puesta y lo mal que está ahora? Pareciera por lo que dices en este párrafo que la gente va al teatro como si se tratara de ver el próximo capítulo de “Breaking Bad”, donde en efecto, las temporadas largas eran lo que más deseaba el público y el cariño con los personajes era tal, que ahora más de uno tiene su playera de Heisenberg. ¿Hay algún efecto similar con “Defendiendo el cavernícola”, obra que estuvo años en las carteleras del D.F. o “11 y 12”, obra que Chespirito incluso vendía con el eslogan de: “la mejor obra en la historia del teatro en México”?

¿Es una temporada larga sinónimo de calidad?

Z: Pocos fenómenos son tan frágiles como el teatral. No hay condiciones estables de posibilidad, es decir que así como las temporadas largas no significan necesariamente un nivel alto de calidad, tampoco podrían hacerlo las cortas. Incluso debemos desconfiar de los procesos, uno puede hacer un laboratorio por años y tener un mal resultado y un taller de unos cuantos días y obtener una obra maestra. En el teatro hay pocas certidumbres, lo que defiendo con las temporadas largas es el vínculo y la afectación, la relación del público con los espectáculos.

Los personajes de estas obras de largo aliento son concebidos inconscientemente como personas cercanas y queridas, la compasión se maximiza. Las temporadas largas y un público constante que repita funciones excluyen, claro está, el elemento sorpresivo; ya se sabe lo que pasará. Sin embargo, este sentimiento de sorpresa se sustituye por una aprehensión imposible en las obras que pasan rápidamente, que no se llegan a comprender con plenitud, no llegan a desarrollar su poética en tanto que son perseguidos por la prisa.

P: ¿Entonces hay que regresar a ver las obras porque “no entendimos”? ¿Qué pasa con el golpe, el impacto y la potencia de una obra redonda que te golpea por primera vez?

Z: Evidentemente existen obras que te quedan claras a la primera, pero hay otras que necesitan de un mayor tiempo de degustación ¿Quién podría comprender “Spam” de Rafael Spregelburd a la primera o “El lado B de la materia” de Alberto Villareal? Estas obras tienen un efecto de explosión programada, no dinamitan sino hasta que se han visto varias veces y se repara en que es imposible dejar de pensar en ellas. Hay obras que necesitan reincidencia, otras que no, pero aún las que no, merecen estar mayor tiempo en temporada por el simple hecho de que así aumenta la posibilidad de ser vistas por mayor cantidad de público.

Claro está que la urgencia y la prisa tienen mucho que ver con el contexto…

Z: Aparentemente, el carácter itinerante de las temporadas teatrales en la Ciudad de México encona a la perfección con las aspiraciones “nómadas” de la sociedad urbana que, especialmente desde finales de la década de los sesenta, ha encontrado en el supuesto rechazo al sedentarismo una expresión contracultural en oposición a los valores burgueses (el trabajo fijo, la pareja estable, la formación de un núcleo familiar, el arraigo a una comunidad pertenece a valores pasados de moda. En nuestra sociedad, los espectadores del teatro de mayor demanda, que es por cierto el que rota ágilmente prefieren siempre sentirse a la vanguardia, en rebeldía, en espíritu libre…).

P: Sí, y ¿está mal? En la época de mi abuela, si tenías un novio era claro que era porque era el que se convertiría en tu futuro marido; en el sentido estricto de que el noviazgo es un preámbulo al matrimonio. Esta época “libre” que ha atravesado por distintas rebeldías y revoluciones, hoy nos permite conocer mucha gente antes de decidir con quién pasar “el resto de tu vida”, idea también traslocada por el “divorcio”. Si bien esta vida inestable y escurridiza pide experiencias express, también cuenta con la ventaja de la diversidad y la versatilidad de información y de experiencias de muchos y distintos tipos. Ya no necesitamos ir a Nueva York para ver a Bluen Man Group, ellos pueden venir. La tan mal parada “globalización”, nos permite tomar aviones, enviar correos electrónicos y tener relaciones a distancia. Podemos conseguir una lata de chiles chipotles en el centro storico di Napoli y hacer albóndigas en Italia. El teatro, como el resto de las artes, responde a su sociedad que lo cobija y va al ritmo que ésta le exije. Además, este fenómeno en la historia del teatro no es nuevo; para ejemplo tenemos el teatro itinerante de la Edad Media que representaba en distintos atrios de las iglesias pasajes de la Biblia como parte de la evangelización, el carro de comedias en España y la Commedia dell´arte en Italia, que se constituye como una de las primeras manifestaciones de teatro de calle.

Z: ¡Pero el teatro tiene que ser otra cosa! La sociedad actual está acostumbrada a la elección fugaz, sin aprehensión. Es así que se entiende la vida como una especie de zapping en la que absolutamente todo es reemplazable, desechable, todo puede sustituirse y pocas cosas nos afectan. Es menester que el teatro contradiga esta concepción desprendida innegablemete del espíritu capitalista y siga manifestándose como un producto esencial del espíritu, como una necesidad artística más que como un producto dispuesto por las necesidades de un mercado. El teatro, artesanal, inexorable, en cuerpo presente, el convivio, si bien, efímero en tanto que se agota a sí mismo de función a función, puede y debe echar raíz en la comunidad en la que emerja, este es un auténtico acto de rebeldía. Permanecer con calma, soportar.

P: ¿Hay que inclinarse entonces hacia un tetaro conservador, rígido y cerrado que no salga de su comunidad ni de sus confines para que entonces sea sólo de un cierto grupo social?

¿Las temporadas largas están exentas de responder a un espíritu capitalista?

Z: Por supuesto que no, pero no lo evidencian de la misma manera. Gracias a la prolongación del tiempo, una obra de teatro puede luchar cada función por convertirse en la mejor versión de sí mismo, en cambio las temporadas breves no puedes evitar pensar en el aforo. Es necesario completar la renta del espacio o la nómina de los teatristas, asegurar cierto número de espectadores. El pensamiento que guía al teatro en las temporadas cortas es el de a compra-venta, idea contraria al teatro ritual.

P: Insisto, ¿las temporadas largas se eximen de estas preocupaciones “vulgares” como el flujo de los dineros? Es más, ¿no están más expuestas a tener que responder a números y cifras ante la renta de un teatro o a la nómina de sus actores para mantenerse en cartelera? Y, ¿por qué una obra sólo es capaz de madurar estando estática, inamovible? ¿La diversificación de espacios y públicos no generan también experiencia y enriquecimiento para la puesta?

Z: Pensemos en el espacio: el tener una obra durante mucho tiempo en el mismo recinto contribuye a la construcción y definición de dicho espacio, de tal suerte que la obra de teatro se constituye en una especie de insignia del lugar. Huelga decir que si se trata de una buena obra de teatro, el lugar inmediatamente asegura un público cautivo.

P: ¿Cómo el Teatro Insurgentes; los teatros TELMEX? Creo que éste es un punto delicado y complejo en tanto que son varios los factores que inciden en la formación de públicos y no sólo el si la obra es buena o no (¡ojalá!). Publicidad, el texto, el autor, los actores, los costos y hasta la ubicación del lugar (son más los teatros en el sur de la ciudad que en el norte y aún nuestro país está muy centralizado al teatro que se hace en el D.F.), tienen que ver con el hecho de generar un público o no.

Pensemos también en cómo afecta la duración de los espectáculos a la crítica.

Z: Por supuesto que la rotación constante de la oferta teatral, le facilita al crítico, ver mayor cantidad de espectáculos, incluso con muy buena calidad, pero le impide pensarlos con el detenimiento necesario. Pensar de prisa no es pensar mejor, al contrario, se sabe que las mejores reflexiones son producto de profundas reflexiones que suponen tiempo y concentración. El fenómeno teatral requiere las más de las veces que una obra, para comprenderse en su totalidad sea vista más de una vez. El crítico no se conformará con reseñar lo que vio, sino que busca explicarlo. Además, en materia de difusión sirve muy poco hacer una recomendación de un día a otro. El crítico no debe ir a los estrenos porque se dice que la obra todavía no está en su punto, pero, si no lo hace, le queda máximo, en DF una semana para recomendar.

P: Y así como el crítico, el espectador común tiene la oportunidad de ver varios espectáculos, en distintos lugares y de múltiples costos en el marco de una semana. Jamás vamos a poder ver la puesta en escena de “De la Calle” de Julio Castillo de 1987, nos la perdimos, se fue. Podemos ver la misma “Dolce Vita” que vio mi abuela en los nunca tuvimos la fortuna de ver a Carlos Cobos en escena, ese momento y esa magia se fueron y sólo son un recuerdo.

¿Por qué forzar en enlongar el momento? ¿Por qué forzar acortarlo?

Queda claro que hay quienes preferimos el placer de largo aliento, y hay quienes prefieren instantes de éxtasis… Habrá que esperar comentarios para saber qué es lo que más conviene… ¿Temporadas breves o temporadas largas? ¿Teatro para toda la vida o teatro pasajero? Únete a la discusión.

 zavel

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Paulina Sabugal / @PauSabugal

Teatrera de corazón y espectadora de tiempo completo

 

Reflexiones

¿Pensar de prisa o escribir con calma? La crítica «off»

por Zavel Castro 8 noviembre, 2015

A veces es necesario detenerse a mirar el paisaje. En el amor, en la vida y en el teatro (sinónimos todos) hace falta ejercitar la paciencia para gozar a plenitud. Contraria al espíritu de los tiempos que exige una aceleración desmedida a favor de la hiperproductividad que promete la satisfacción de las necesidades de un mundo acelerado, esta actitud vital que aconseja la calma construye una concepción del mundo en la que es posible la reflexión tranquila de lo que sucede alrededor y dentro de nosotros mismos.

Por supuesto, esta filosofía no se adecua con facilidad –o no lo hace, de plano- ni a los circuitos de producción escénica cuando lo único que buscan es el incremento voraz de la oferta para aumentar la demanda del público y acaso engrandecer la ilusión de ganancia, ni mucho menos al ritmo de los medios de comunicación. Las notas o columnas semanales son poco leídas y pronto olvidadas.

La producción en serie terminó por fin por implantarse en todos los ámbitos de la vida, la repetición y la homogeneización de productos fue seguida consecuentemente por la creencia de que absolutamente todo en este mundo es reemplazable. Los vínculos familiares, amistosos y amorosos se han desvanecido. Se piensa que todas las personas son sustituibles, que se puede disponer de ellas a voluntad como se hace con los programas de televisión. Basta con apretar un botón para cambiar de canal, con no volver a responder una llamada y con salirse de una sala de teatro si la obra no cumple con las expectativas con las que llegamos a ella, zapping, swinging. Obediencia absoluta a la idea de que en el mundo todo cambia y de que cualquier certeza y constancia amenaza a la “diversión”.

La visión poligámica y el ritmo acelerado que niega los beneficios de los sentimientos, el pensamiento, la investigación y las producciones de largo aliento provocan que el teatro vaya en contra de su propia naturaleza mientras que intenta sobrevivir acortando su formato o restándose calidad en atención de que todos los integrantes del circuito teatral aumenten sus cifras y con esto, se piense, se eleve también su prestigio. En la posmodernidad impera la importancia de las cantidades. Número de críticas y libros escritos a vuelapluma, de obras dirigidas, actuadas, vistas. Ya no se obedece a la necesidad de creación que debe ser un impulso espontáneo producto de un instinto creativo del artista, sino a un ritmo empresarial sumergido absolutamente en el mundo del consumo.

La velocidad con la que circulan las publicaciones actuales (especialmente los periódicos y noticieros virtuales) enfatiza la dilución inmediata de los acontecimientos. En consecuencia parece ser que el teatro ha terminado por rendirse a este manejo de los tiempos, a la tiranía de las breves temporadas. Una obra tras otra. Que el tiempo alcance para llenar el espacio de las butacas pero no para pensar los montajes. Teatros llenos y espacios de pensamiento vacíos. Que se diga que tenemos una de las carteleras más grande del mundo pero que se produzcan demasiado pocas obras relevantes y todavía menos investigaciones sobre la escena.

¿Cómo es posible crear consciencia desde la prisa y el arrebato? Dentro del fenómeno teatral que nos preocupamos por entender, lamentamos sobre todo la reducida funcionalidad del crítico, ya que en tanto se le obligue a analizar una obra tras otra, este será incapaz de tomar la distancia necesaria para preocuparse por comprenderlas a profundidad. Siguiendo este ritmo acelerado, el crítico, si bien ejercitará su pensamiento en las salas de teatro (como haría de cualquier forma), muchas veces no podrá desarrollar sus ideas del todo al salir de ellas debido a la prontitud con que los medios esperan su “comentario”.

La solución al problema apunta (del mismo modo que lo hace con lo que respecta a las producciones teatrales) al circuito independiente. El “off” soporta y fomenta la calma, la paciencia, el tomarse el tiempo para hacer las cosas. Al no tener que rendir cuentas al mercado ni al público masivo, ni al trabajo bajo presión al que se someten cada vez con menor resistencia el mundo editorial y la academia, la libertad y el amor imperan. Lejos de la propaganda, exentos de la obligación de recomendar en agradecimiento de las cortesías y de la obligación de cumplir con un restringido número de caracteres, la crítica del “off” es libre para analizar las puestas en escena dependiendo de la naturaleza y exigencia de las mismas. La crítica off se toma el tiempo para reparar en la complejidad de los montajes, en desentrañar el mecanismo escénico y reflexionar la pertinencia de los mensajes (entre muchas otras cosas), mientras que la reseña únicamente –no tendría por qué pretender hacer otra cosa- se ocupa de la descripción de los montajes y de encontrar el mejor motivo para invitar a la gente a que vaya a verlos.

En los espacios alternativos de divulgación, el compromiso con la sinceridad se incrementa sin patrocinios, el ejercicio del pensamiento puede tardar el tiempo que sea necesario, se puede acumular experiencia sin necesidad de dar cuenta de ello a los cuatro vientos. Se puede pensar el teatro después de disfrutar su meditación, una vez que ha hecho verdadero efecto más allá del impacto inmediato.

El off teatral (espectáculos, críticas) asegura de algún modo la continuidad de las producciones e investigaciones porque no depende de la rentabilidad, no pretende competir con las grandes instituciones culturales o comerciales, imposibilita la renuncia como acto simbólico, favoreciendo a la resistencia como signo inmutable de la cualidad inquebrantable de los hacedores que son capaces de montar y de escribir contra viento y marea. El off es la trinchera de la cual pueden sostenerse por amor al ritual más honesto de todos. Hacer off es luchar contra corriente, es detenerse a mirar el paisaje.

 

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Apoyen el teatro mexicano

por Ricardo Ruiz Lezama 10 septiembre, 2015

Apoyen

Se dice «apoyen el teatro mexicano, el cine mexicano, el talento mexicano» y no puedo evitar sentir como si se pidiera caridad. Es como si el arte mexicano fuera un ser que cayó en desgracia y tuviéramos que ayudarlo a salir de su carencia organizando una colecta para la causa. ¿Por qué tenemos que decir que apoyen el arte mexicano como si se tratara un arte con capacidades diferentes, accidentado, un arte que no pudiera valerse por sí mismo?

Cuántas invitaciones al teatro o al cine no he recibido que dicen: “apoyen el talento nacional”. No estoy en contra de apoyar, sino de la idea que subyace en esta palabra: apoyar. No me gusta porque de alguna manera coloca al arte mexicano por debajo de las demás expresiones artísticas mundiales, lo sitúa como alguien desvalido que requiere de la buena voluntad de los otros o de la mendicidad para subsistir y estoy más que convencido que no es así.

No lo necesita porque en México hay claramente grandes muestras del mejor arte del mundo, incluido el teatro. Muchos lo saben y lo celebran. A los ingenuos los invito a acercarse y mirar sin prejuicio varias obras de la cartelera, seguro encontraran motivos para maravillarse. Si esto no los satisface los invito a asistir a los festivales internacionales que se organizan en el país o si tienen la oportunidad de viajar a otros países los convoco a que no se pierdan la posibilidad de ver otras teatralidades, así se darán cuenta del buen teatro se hace en México, tan valioso como otros. Es indudable que tenemos grandes actores, directores, dramaturgos, iluminadores, vestuaristas, escenógrafos, etc. Hay creadores con trayectorias y trabajos que hablan por sí mismos y que no tienen nada que envidiarle a nadie.

¿Entonces por qué rogarle al espectador que nos haga el favor de ir  a nuestras obras cuando en muchos casos al que le conviene es a él porque va a llevarse una experiencia extraordinaria? No me imagino  alguna publicidad de cine suplicando por público. Es cierto que en el caso del cine es distinto porque en la mayoría de los proyectos cinematográficos hay un aparato publicitario con el que el teatro no cuenta. Pero lo que también es cierto es que es impensable que se conduzcan al espectador por medio de un subtexto tal como “háganos el favor de vernos”.

Recuerdo otro ejemplo sobre esto relacionado con el teatro. Ícaro de Daniele Finzi Pasca. La publicidad decía: te hará reír y te hará llorar. Fui pensando: “a ver si es cierto”. Lo fue. Pero si la publicidad hubiera dicho: “apoyen al payaso suizo”, muy difícilmente hubiera ido. Seguramente hubiera pensado -como estoy convencido que muchos harían-: “¿Y yo por qué?”

Fue muy arriesgada la publicidad de Finzi Pasca, sin duda, pero en mi caso cumplió las expectativas. Igualmente podría no haberlas cumplido, pero fui. Eso es lo importante, lo demás es cuestión de ética, si se prometen cosas que no se cumplirán, habrán consecuencias. Sea cual sea la estrategia que se emplee, creo que todas son mejores y menos denigrantes que apelar a la caridad. Por ello, creadores y espectadores, apoyemos el arte nacional sin demandar apoyo, sino enalteciendo sus innegables cualidades.

Firma-Ricardo

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El desvirtuado sentido del aplauso en el teatro

por Ricardo Ruiz Lezama 20 agosto, 2015

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Una vez le oí decir a un actor: “No importa que el público se duerma, al final siempre se levanta para aplaudir”. Me pareció un comentario bastante cínico pero verdadero. Independientemente de lo que ocurra en una función siempre hay aplausos (no he vivido una función donde el público no aplauda al final o abuchee, de hecho por como he visto que nos comportamos los espectadores en la actualidad, ambas posibilidades me parecen inconcebibles).

Dependiendo de la idea que se compre de espectáculo variara el aplauso; por ejemplo, si es un pretencioso espectáculo internacional de esos que no ofrecen nada más que el nombre de quien lo dirige, al levantarse de su siesta muchos espectadores aplaudirán fervientemente, otros se pondrán de pie y algunos más gritarán “bravo”. A final de cuentas nadie quiere decir que no vio las inexistentes pero lujosísimas nuevas ropas del emperador.

Se supone que el aplauso debería medir la aprobación de los espectadores por lo que contemplamos. De tal manera que a mayor aplauso mayor aprobación, ¿Entonces por qué aplaudimos hasta lo que no nos gusta? En el caso del teatro independiente que no nos gusta, ¿aplaudimos porque el boleto salió barato, porque un conocido es parte del elenco, porque no entendimos nada y lo festejamos, porque en vista de que el teatro independiente no da para vivir, al menos el aplauso sirva como alimento del alma de quienes lo hacen? En el teatro comercial que no nos gusta, ¿aplaudimos porque el boleto salió caro, porque invirtieron mucho dinero en producción, porque los actores son famosos, porque fuimos a pasar un buen momento y lo haremos con o a pesar de la obra? Retomando nuestro ejemplo de teatro internacional que no nos gustó, ¿aplaudimos para que vean que aplaudimos, para reflejados en los otros como narcisos perdernos en un vanidoso mar de apariencias? Y si nos dormimos, ¿aplaudimos porque aprobamos que nos hagan dormir, siempre y cuando hayamos sido arrullados por un espectáculo culturalmente aceptado, para poder decir: me dormí, pero la obra estaba buena?

Afortunadamente no todos los aplausos que nacen en el teatro tienen estos desvirtuados sentidos. No siempre se aplaude lo que aquellos mecanismos que avalan la cultura señalan que “vale la pena”, ni tampoco siempre se aplaude por convención. Cuando uno presencia verdaderos fenómenos teatrales, a veces donde ni se imagina, el aplauso alcanza un sentido ritual.

Cuando una obra acontece sentimos que todos los espectadores fuimos parte del milagro que se produjo ante nuestros ojos. Al encenderse la luz y la sala entera es un batir de palmas y gente conmovida, el aplauso celebra lo inefable y todos durante un momento somos parte de su melodía discordante. Nos volvemos música.

Hay obras en las que antes del aplauso todo el público callamos. Pero no es porque esperemos algo más, sino que los espectadores fuimos uno con la representación y tardamos en retomarnos. Luego de esos momentos de incertidumbre en los que fuimos obra de arte, un aplauso de algún sitio llega para recordarnos que la ficción ha terminado. Ese lugar que habitamos entre el final de la obra y el aplauso, ese momento que antecede la celebración de palmas es otro ritual. Obras así nos permiten ser silencio.

Celebrar lo inefable, ser música, ser silencio, estas y otras cuestiones que se me escapan son parte del ritual del aplauso que hemos reducido a una costumbre meramente de cortesía, a un simple: la función ha terminado.

ricardo

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¿Qué le pedimos al teatro?

por Ricardo Ruiz Lezama 12 julio, 2015

qué le pedimos al teatro

Las primeras veces que alguien tiene un encuentro con el teatro pueden pasar dos cosas: que lo ame o que no quiera volver a saber de él en la vida. Todo depende de ese primer acercamiento y aquel que se maravilla puede hacerlo con la obra más amateur, mientras que aquel que lo desprecia puede hacerlo con la obra más profesional.

Pasando el primer encuentro, puede suceder que haya quienes jamás vuelvan a pisar un teatro –o que si lo hacen, sea regañadientes-, pero los que quedan, esos que van con frecuencia son de quienes nos ocuparemos en esta reflexión.

Conforme se va con mayor regularidad al teatro, la mirada empieza a poner énfasis en diversas cuestiones: que si la actuación, que si la intención, que si la escena tal; en pocas palabras el espectador habitual tiende a mirar el teatro con ojos más críticos. Esto se acentúa cuando cursan algún taller de teatro o empiezan a tener amistades que se dedican a este arte –lo cual no es complejo considerando que el teatro es una actividad que implica cercanía; todos los que vamos asiduamente al teatro tenemos algún conocido que tiene o tuvo algo que ver en cuanto a la parte creativa-.

¿Y qué sucede con estos espectadores “conocedores”? Que gran parte de las obras empiezan a parecerles mal hechas y algunos de los comentarios que podemos oírles a la salida de los teatros son: que qué mal tal escena, que el equipo creativo no entendió el texto, que tal actor mejor debería dedicarse a otra cosa, que pobre del director que no tenía ni idea de lo que hacía cuando dirigió el espectáculo, etc. En este momento aquellos espectadores han dejado de amar el teatro como ese otro público que nunca volvió a ir, con la diferencia de que siguen yendo, muchos con menor regularidad -pensando que la pasaran mal- pero siempre con la esperanza de reencontrarse con esa primera sensación de plenitud, con ese amor al que pasaran la vida tratando de reencontrar –como aquel ser andrógino del que se hablaba en El banquete o como a nuestra madre, según Freud (las comparaciones en este sentido son infinitas)-.

Desafortunadamente si se sigue buscando en cada montaje lo que uno quiere ver, difícilmente se apreciará lo que sí posee. Es ahí cuando los amores se vuelven imposibles. Por eso, estimado lector, te convido a que cada vez que vayas al teatro, lo hagas como una cita a ciegas y descubras, en lo que veas, las cosas maravillosas que ese encuentro en especial –sin compararlo con ningún otro- tiene para ofrecerte.

Reflexiones

“¿Qué te pareció?” La pregunta indiscreta

por Zavel Castro 16 junio, 2015

Tantalo imagen

A mi parecer hay ciertas cosas que los interlocutores no deben decirse hasta que hayan establecido entre ellos un vínculo de confianza inquebrantable. Como desgraciadamente esto casi nunca pasa y las más de las veces es preciso andarse con miradas que sospechan y reservas ante los otros, es preciso guardarse las cosas para uno mismo. Especialmente aquello que afecta directamente la intimidad del universo propio. Al respecto, aseguro que la pregunta “¿Qué te pareció?”, resulta igualmente incómoda, sin excepción, en estos momentos precisos: después del acto amoroso, luego de haber leído un poema ajeno a petición del escritor inseguro y con especial reparo –ya que estas notas van dirigido a ello- luego de haber estado como espectador, inmerso en un convivio teatral.

Una vez que termina la función, el director, actor y dramaturgo deberían evitar a toda costa lanzar la pregunta indiscreta. Sabemos que se han exhibido tal cual (en “cuerpo y alma”) y que la exposición hace necesario el consuelo, la comprensión, la cercanía, el abrazo solidario. Sin sanar las heridas y en el punto álgido de su conmoción se han presentado frente a nosotros con la posibilidad de ser juzgados y mal comprendidos. Digan lo que digan el aplauso no basta. Este cada vez es más gratuito, se ha desgastado entre palmadas. Ya nadie cree en él ni lo respeta.

Con fe ciega en las palabras, los creadores buscan de la boca del espectador una respuesta que los satisfaga. Nadie se atreverá a decir las cosas cara a cara. Lo sabemos y aprovechamos la ocasión para lisonjear y recibir halagos. Algunas veces el espectador (como el amante y el lector insatisfechos) mentirá. Fingirá emoción para complacer al interrogador. Le dirá que le ha parecido una función fantástica, cuando menos, dirá que ha sido de lo más interesante que ha visto en los últimos tiempos. Acaso se servirá de la intelectualización –divino mecanismo de defensa- de lo que ha visto, reparará en la importancia del tema o en la ejecución de la técnica o la emotividad, dirá que no ha entendido pero que ha conectado con el alma. Está en todo su derecho ¿Para qué granjearse la enemistad de un artista? ¿Por qué temer perder una amistad?

En algún otro texto[1] hemos reflexionado sobre el temor de la crítica justa, especialmente en su acepción negativa. Cuando los artistas preguntan ¿Qué te pareció? No esperan recibir más que mimos, generalmente lo consiguen ¿Y luego qué? ¿Por qué buscar en respuestas mecánicas la tranquilidad del espíritu? ¿Y para qué, si la creación surge en efervescencia y vacío? Si una de las imágenes más potentes del creador ha sido reflejado en la figura de Tántalo el eterno insaciable.[2] No sé qué ganan los teatristas preguntando pareceres. Esperando escuchar las respuestas de siempre ¿Y si por una vez evitamos la hipocresía en lugar de fomentarla? ¿Y si rechazamos en definitiva la complacencia? ¿Si dejamos de buscar que alguien más nos ponga estrellas en la frente? Pasaría entonces que crearíamos con libertad, que no esperaríamos nada de nadie, ni siquiera de nosotros mismos y fluiríamos y sentiríamos con todos los poros del cuerpo.

¿Y si intentamos no preguntarlo más? Propongo y que disponga cada cual.

Notas

[1] “El rencor hacia la crítica”

[2] “Tántalo, el eterno deseante, el condenado a tocar la manzana con la punta de los labios y, sin embargo, no poder devorarla” según palabras de Ana Clavel en Las violetas son flores del deseo.

Tántalo representa así, el arquetipo de la tentación insatisfecha, los dioses castigaron su mala conducta colocándolo en un lago con el agua a la altura de la barbilla bajo un árbol de ramas repletas de frutas. Y cada que intentaba morder una fruta o beber un poco de agua, éstos se retiraban de su alcance.

Reflexiones

La importancia de la crítica teatral

por Ricardo Ruiz Lezama 7 junio, 2015

crítica

El teatro no puede esperar la posteridad -el teatro representado al menos-. La razón es simple: es presente y es convivio. A menos que inventen la posibilidad de revivir físicamente un presente, algo así como viajar en el tiempo, el teatro seguirá siendo efímero. Capaz de volverse eterno, sí, pero sólo en tanto que trascienda en los espectadores, en tanto que se conforme como mito que se cuente de boca en boca, porque el acontecimiento como experiencia se pierde para siempre.

Esta característica mortal inherente al convivio del teatro es por lo que se hace indispensable la figura del crítico. ¿Por qué? Por las múltiples funciones que desempeña en relación con el presente del suceso teatral, ya que no habla para el futuro.

Una de sus funciones es arrojar luz sobre un fenómeno difícil de explicar. ¿Pero es que acaso el fenómeno no habla por sí mismo? No necesariamente. En esta época en la que, al menos en occidente, predomina una necesidad de entender mediante la razón, es en donde lo inexplicable necesita tener gente que complete el sentido, aunque el sentido sea la falta del mismo.

Un crítico pondrá en su dimensión justa un acontecimiento y de forma objetiva nos hablará de sus atributos, de esta forma nuestra experiencia se complejizará y podremos acceder a otros niveles estéticos más allá del placer o desagrado que nos produce un montaje. Hay creaciones que, como ciertos vinos, para ser valoradas necesitan más elementos de aproximación.

Otra función que desempeña la crítica es la de completar una experiencia. ¿Cómo? Revelando sentidos que en un principio no quedaron claros de una representación. Esto generalmente ocurre cuando uno vivió una experiencia contundente de esas que nos dejan incapacitados de verbalizarlas. Si se quiere comprender más allá del nivel sensible, es decir en un nivel lógico, para eso están los críticos. No como poseedores de la verdad –porque hay obras con niveles de lectura como espectadores mismos- pero sí de un punto de vista interesante y enriquecedor gracias a años de estudio, análisis y reflexión.

Una última función es señalar dónde hay algo que pueda ser de interés. La diferencia entre el crítico y la publicidad es que el primero hablará de las virtudes de un suceso –incluso de sus fallas- valiéndose de argumentos objetivos,  mientras que la última utilizará elementos de manipulación para vender entradas. Un crítico con ética será lo más honesto posible con sus lectores mientras que la industria publicitaria ha borrado esa palabra de su diccionario.

Una vez entrando al universo particular de un crítico teatral tendrás siempre alguien con quien dialogar sobre las obras, alguien con quien estar de acuerdo o no, pero sobre todo alguien que estará preocupado por darle importancia al presente que es el teatro, evitando con todas sus fuerzas que pase desapercibido.

Reflexiones

La imposibilidad de hablar de “Terrenal” . Lamento tartamudo en pocos párrafos

por Zavel Castro 25 mayo, 2015

terrenal

Me confieso incapaz de muchas cosas, especialmente de quedarme callada, siempre he tenido la pluma muy suelta, curiosidad y casi nada de prudencia. La perfección me devuelve a mi sitio, me pone en mi lugar, me recuerda que no puedo intentar igualar con mis palabras las experiencias que me calan profundo. Las imágenes que importan. Los recuerdos que se quedan para siempre dentro de uno. Las enseñanzas que nos entran carentes de teoría. Las reales.  Las únicas.

He salido una vez más de “Terrenal” con el corazón entre las manos, la he visto en el Teatro Experimental de Guadalajara, Jalisco y en el Teatro del Pueblo en mi deliciosa Buenos Aires -tengo una extraña obsesión por hacer investigaciones sobre teatro comparado-. Seguiría la obra hasta el fin del mundo, cuando menos hasta la orden de restricción. Pero no puedo escribir acerca de ella. Me sobrepasa. De poco serviría repetir lo que otros han dicho, nos estorba la verdad de Perogrullo.

Podría enfocarme en el tema y celebrar la reinterpretación del mito, la resignificación de la rivalidad inserta en el contexto económico, guía de destinos de la modernidad. Podría sonreír ante la universalidad de la dramaturgia salpicada de argentinismos que revelan la genialidad del escritor, quien experto en el uso del lenguaje, manipula las palabras a placer para hacerlas sentir en casa. Sin problemas podría mostrarme boquiabierta ante la coherencia poética que incluye la escenografía y el vestuario reciclados (¡Ay, Kartún “kartunero”!) para empatar con la reflexión sobre el sistema capitalista, reflexión discreta y contundente que de puntillas se instala en la conciencia de espectador. Podría deshacerme en halagos ante Claudio Martínez Bell (“Caín”, el maestro morronero) que me ha regalado tanta dicha que de saberlo,  probablemente lo haría sentirse incómodo.

Podría hablar de “Abel” y de “Tatita” (Claudio Rissi y Claudio Da Passano, respectivamente), pero basta que los lleve en el bolsillo izquierdo a la altura del pecho; basta con saber que a mis veinticinco años de vida, y a mis poco menos de teatro, “Terrenal” es la única obra que he aplaudido de pie. Yo que llevaba la convicción férrea de rendir justa cuenta a los montajes y no demostrar una admiración exagerada que, además de no quedar bien en una dama, no valía realmente el gesto, caí de rodillas. Agradezco. Ahora tengo por cierto que el amor como el teatro, son los únicos milagros en los que podré creer.

Podría hacer esto y más pero ningún adjetivo alcanza. Prefiero llevar humildad en la cartera del lado del morrón que como ritual dentro mismo cargo a manera de amuleto de la suerte. La suerte que he tenido de haber dado con esta obra trascendental, súmmum del trabajo de Kartún. Prefiero seguir leyendo entrevistas, alegrarme con lo que otros dicen, recomendarla hasta el hartazgo; llevar la fiesta por dentro y andar por ahí en silencio en espera de volver a verla una y mil veces más.  Que la vida me lo permita.

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