El teatro no puede esperar la posteridad -el teatro representado al menos-. La razón es simple: es presente y es convivio. A menos que inventen la posibilidad de revivir físicamente un presente, algo así como viajar en el tiempo, el teatro seguirá siendo efímero. Capaz de volverse eterno, sí, pero sólo en tanto que trascienda en los espectadores, en tanto que se conforme como mito que se cuente de boca en boca, porque el acontecimiento como experiencia se pierde para siempre.
Esta característica mortal inherente al convivio del teatro es por lo que se hace indispensable la figura del crítico. ¿Por qué? Por las múltiples funciones que desempeña en relación con el presente del suceso teatral, ya que no habla para el futuro.
Una de sus funciones es arrojar luz sobre un fenómeno difícil de explicar. ¿Pero es que acaso el fenómeno no habla por sí mismo? No necesariamente. En esta época en la que, al menos en occidente, predomina una necesidad de entender mediante la razón, es en donde lo inexplicable necesita tener gente que complete el sentido, aunque el sentido sea la falta del mismo.
Un crítico pondrá en su dimensión justa un acontecimiento y de forma objetiva nos hablará de sus atributos, de esta forma nuestra experiencia se complejizará y podremos acceder a otros niveles estéticos más allá del placer o desagrado que nos produce un montaje. Hay creaciones que, como ciertos vinos, para ser valoradas necesitan más elementos de aproximación.
Otra función que desempeña la crítica es la de completar una experiencia. ¿Cómo? Revelando sentidos que en un principio no quedaron claros de una representación. Esto generalmente ocurre cuando uno vivió una experiencia contundente de esas que nos dejan incapacitados de verbalizarlas. Si se quiere comprender más allá del nivel sensible, es decir en un nivel lógico, para eso están los críticos. No como poseedores de la verdad –porque hay obras con niveles de lectura como espectadores mismos- pero sí de un punto de vista interesante y enriquecedor gracias a años de estudio, análisis y reflexión.
Una última función es señalar dónde hay algo que pueda ser de interés. La diferencia entre el crítico y la publicidad es que el primero hablará de las virtudes de un suceso –incluso de sus fallas- valiéndose de argumentos objetivos, mientras que la última utilizará elementos de manipulación para vender entradas. Un crítico con ética será lo más honesto posible con sus lectores mientras que la industria publicitaria ha borrado esa palabra de su diccionario.
Una vez entrando al universo particular de un crítico teatral tendrás siempre alguien con quien dialogar sobre las obras, alguien con quien estar de acuerdo o no, pero sobre todo alguien que estará preocupado por darle importancia al presente que es el teatro, evitando con todas sus fuerzas que pase desapercibido.