Las fiestas familiares son eventos en los que las personas que comparten parentesco se reúnen para tratar de olvidar sus diferencias y generalmente representar una gran ficción: la de la familia feliz. Lamentablemente no siempre puede llevarse a buen término esta simulación y algún rencor del pasado sale a flote para finalizar la velada con alguna disputa que hará que la familia deje de hablarse hasta el siguiente año (a veces dos, cinco, veinte o toda la vida). Con una reunión así inicia La de Vicente López, obra escrita y dirigida por Julio Chávez.
Es la noche de año nuevo y en un ambiente de aparente calma se respira la tranquilidad incómoda y las tensiones ocultas que se irán desatando poco a poco durante el transcurso de la velada. Los personajes que participarán del festín de violencia al que los espectadores fuimos convidados son: una madre, una hija con dinero, la hermana y su hijo, un uruguayo y un pintor.
Intolerancia y violencia son los motores que conducen a estos personajes a perder la compostura y arremeter unos contra otros. A simple vista parecería una obra que retrata casi cualquier fiesta familiar que termina mal, de esas que la mayoría hemos vivido. Pero no, esto sólo es la máscara para mostrarnos algo más impactante: a nosotros mismos en nuestra incapacidad por conmovernos por el otro, por comprenderlo o intentarlo siquiera.
La intolerancia encarnada principalmente por el personaje que interpreta Luz Palazón, la tía de Vicente López, no es otra cosa que el reflejo de todo lo que los espectadores somos, incluso sin darnos cuenta: clasistas, xenófobos, discriminatorios. Está obra es una cubetada de agua fría para el público que nos descubrimos expuestos en nuestra propia intolerancia.
No hay víctimas ni victimarios, hay incomprensión, actuar por aprendizaje o desconocimiento, por crueldad naturalizada. Las actuaciones comprometidas y equilibradas de todo el elenco (Santiago Caamaño, Paco Gorriz, Hernán Húbeli, Luz Palazón, Mercedes Quinteros, Elvira Villarino) nos conducen a observar una realidad compleja y sólo complaciente como objeto artístico, pues desde que inicia la función hasta que termina somos deleitados por el gran trabajo que es este montaje en todos sus sentidos: dirección, texto, actuación, escenografía.
Sin duda una obra que vale la pena ver no sólo por lo bien lograda de la puesta sino porque al no haber víctimas ni caricaturización, sino actores llevando a fondo cada existencia se produce teatro como espejo del hombre. Lo cual nos abre la posibilidad de cuestionarnos más sobre nosotros mismos y el origen del conflicto entre los seres humanos, ya sean hermanos, sobrinos, madres, hijos, pareja o amigos. No hay respuestas, hay impacto, sacudida y asombro.
Si quieres información sobre funciones visita: http://www.alternativateatral.com/obra7906-la-de-vicente-lopez