El centésimo mono es una obra que conjuga teatro y magia para transportarnos al mundo de la poesía, las imágenes y las metáforas por excelencia: el inconsciente.
Pero no somos introducidos a la mente en el sentido lírico que podría pensarse en un primer momento, sino que somos convidados a una visión que rosa los límites de la pesadilla, inquietante por momentos, oscura, pero también enigmáticamente divertida.
La obra muestra la mente de un mago, pero a la vez la de otros dos (¿Distintos?). Hay una teoría: si se logra que cien monos tengan una conducta similar entonces otros monos en otra parte del mundo la aprenderán. Con esta hipótesis vemos como tres magos, que no se conocen y nunca conviven entre sí, viven un momento idéntico y determinante en sus vidas.
El espacio en donde ocurre la ficción es justamente dentro del cerebro compartido por los tres magos. Los actores parecen partículas de gas moviéndose caóticamente, viviendo su propia historia, pero por momentos coinciden en una especie de sinapsis en donde nos permiten fantasear con una teoría particular de la sincronía y del otro como espejo. ¿Qué vivencias habremos tenido idénticamente iguales con otro ser al que quizá nunca conoceremos? ¿Existe el otro? Cuestionan las imágenes del montaje.
El texto puede parecer confuso por momentos. Es como una evocación del pensamiento, pues en la mente las ideas pocas veces son organizadas. Pero con la construcción de metáforas visuales la obra dice y significa como en un sueño del que cada quien debe extraer sentido. Es una puesta en escena que permite tantas lecturas como espectadores. O ninguna lectura y sólo incógnitas sin respuesta posible, pero dicientes-al más puro estilo kafkiano-.
Los elementos de magia son utilizados con tal virtuosismo que contemplamos un espectáculo de magia, pero la pericia de Osqui Guzmán como director y autor permite que la magia trascienda y adquiera un sentido poético. La magia se vuelve teatro y viceversa.
Las actuaciones no son naturales, pero tampoco son grotescas. Los actores consiguen un lenguaje interpretativo muy particular, un tanto surrealista, logrando encarnar lo onírico.
El centésimo mono juega, cuestiona, indaga, divierte y angustia. Estamos sin duda ante una fantasía amenazante que tiene algo para decirnos. Pero el mensaje es un misterio como la magia, la vida y la muerte-temas fundamentales en la obra-.
Termina la función y sabemos que entendimos algo de esa maraña de imágenes convulsas, pero no alcanzamos a nombrarlo. Sin duda una obra nada complaciente y arriesgada, de esas que se antojan para ir a desentrañar a un café o con un buen vino al final de la función.
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